domingo, 3 de enero de 2010

Reacción cinematográfica insuficiente. Sobre ese desgastado lugar común de la rebeldía. ¿Qué hacer, entonces?



Uno largo para empezar el año.
Semanas atrás, repasamos algunas razones por las que hemos ido adquiriendo un lenguaje casi bélico y afirmamos que no es cualquier cine el que puede hacerse lugar frente a las estrategias imperiales de la producción audiovisual.
Dejándonos motivar, incluso, por ciertos momentos del cine, podríamos imaginar que nos juntamos unos y unas cuantas para escribir un corto manifiesto ¿radical? en contra del estado general del cine.
Podríamos escribir un texto que dijera algo así como:
“Se encuentran representadas distintas ramas de la creación y el negocio del cine... constituimos “una organización libre y abierta para el Nuevo Cine...El cine oficial de todo el mundo está perdiendo fuerza. Es moralmente corrupto, estéticamente decadente, temáticamente superficial y temperamentalmente aburrido. Aún los films aparentemente válidos, que pretenden tener altos niveles morales y estéticos y que han sido aceptados como tales, tanto por los críticos como por el público, revelan la decadencia del film de producción... Si el Nuevo Cine... ha sido hasta ahora una manifestación inconsciente y esporádica, creemos que ha llegado el momento de reunirnos. Somos muchos y sabemos qué debe ser destruido y qué preservado.
Nuestra rebelión contra lo viejo, oficial, corrupto y pretencioso es fundamentalmente ética, lo mismo que en las otras artes... No somos una escuela estética que encierra el realizador dentro de un molde de principios muertos. Creemos que no podemos confiar en los principios clásicos, ya sea en el arte o en la vida.
Creemos que el cine es una expresión personal indivisible. Por tanto, rechazamos la interferencia de productores, distribuidores e inversores hasta que nuestro trabajo esté listo para ser proyectado en la pantalla... El cine de ayer y el de hoy siguen siendo únicamente un asunto comercial. El desarrollo de la cinematografía está dictado únicamente por unas consideraciones de beneficio.
Estamos estableciendo las bases de una industria fílmica libre...
Tomaremos una posición contraria al sistema de distribución actual, a la política de exhibición. Hay algo que está decididamente mal en todo el sistema de distribución de films y ya es hora de destruirlo.
No nos hemos reunido para hacer dinero: nos hemos reunido para hacer films y crear el Nuevo Cine...No queremos films falsos, pulidos y bonitos: los preferimos toscos, sin pulir, pero vivos; no queremos films rosas, los queremos del color de la sangre...
Declaramos que los viejos films novelados, teatralizados y demás tienen la lepra...
Lo poquísimo que hemos realizado en la práctica es mucho más que vuestro nada producido en tantos años... unos films quizá torpes, palurdos, poco brillantes, unos films quizá un poco defectuosos, pero en todo caso unos films necesarios, indispensables, unos films dirigidos hacia la vida y exigidos por la vida.
Afirmamos que el futuro del arte cinematográfico es la negación de su presente... La muerte de la “cinematografía” es indispensable para que viva el arte cinematográfico. Nosotros llamamos a acelerar su muerte”.

Así es. Podríamos seguir confeccionando un manifiesto en este tono plagiando y mezclando los textos de dos épocas muy diferentes: los de la Declaración del New American Cinema Group de septiembre de 1960 y los escritos de Dziga Vertov y formularíamos un texto que sonara contundente. Pero, quizá, solo comprobaríamos que las palabras de rebeldía ya han sido dichas, que siempre encienden el ánimo y que nos ponen en una posición aparentemente subversiva. Sí. Pero no dejaría de ser un plagio vacío. A quienes escribimos sobre cine nos gusta citar a nuestros antecesores para legitimar los procesos históricos en los que estamos inmersos. Para demostrar que no estamos colgados de la experiencia presente solamente. Sí, no está mal. Pero hay algo que olería a putrefacto incluso en nuestra postura si solo fuera una “declaración de principios”.
Hoy es otro tiempo.
Y entonces nos miramos al espejo y nos preguntamos ¿por qué hoy, otra vez, nos entusiasma conversar “airadamente” entre colegas críticos, pasando de una reunión conspirativa a otra, en los mismos términos que lo hicieron en diferentes décadas atrás y quedándonos con una sutil satisfacción de que al decir este tipo de palabras estamos ya al borde de una acción subversiva? ¿Por qué no lo sabemos? Si lo común es que no inventamos nada y en realidad (y en la realidad) parece que no hacemos acciones que realmente transformen algo del hacer del cine en referencia al ser social.
¿Nos vamos a rebelar otra vez contra lo mismo que se revelaron otros hace 40 u 80 años y lo vamos a hacer con las mismas palabras? Aquí hay un desajuste claro. O nada ha cambiado para que sirvan hoy las mismas reclamaciones o nosotros no estamos sabiendo leer la historia que nos toca. La primera posibilidad obviamente no es cierta. Las cosas han cambiado. La segunda parece más clara, no llegamos a leer con precisión estratégica nuestro presente. ¿Cuánto se necesita saber para reaccionar? En nuestro caso, cuánto de cine. Porque es cierto que no es cualquier reacción la que vale y es cierto que no podemos vivir en esa amnesia que favorece los procesos de dominación. Pero habrá que pensar seriamente cuánta dosis de saber y cuánta de acto se necesita para reaccionar. No son pocas las veces en que nos encontramos en ese lugar común de la protesta con el cine comercial, el dinero, el corporativismo, el capitalismo audiovisual y bla bla bla ...
Si somos honestos, también nos aburre y cansa todo este murmullo conspirativo que no establece estrategias precisas de reacción, actitudes definidamente contrarias con aquello que denunciamos. El asunto no crece de forma evidente. El asunto es ese nervio social que nos conecta para la reacción y la organización, guiados por nuestro profundo descontento al comprobar que nuestra vida, por algún motivo, se torna injustamente insoportable de vivir bajo el diseño que heredamos y que no parece posible cambiar.
Nosotros hemos emprendido la apuesta por un camino cinematográfico con varias rupturas específicas. En la práctica todo se torna más lento que al enunciarlas, pero hay dos que nos parecen centrales: una consiste en definir un camino preciso para reventar el individualismo en la manera en que creamos cultura, cine en nuestro caso y la otra, es definir con precisión la función social y política de otro tipo de creador o de creadora, de cineasta, cuya característica principal creemos que es su condición de arraigo, pertenencia e inmersión en una realidad específica de personas, en una realidad social, para producir y devolver en ella su obra como forma de una producción mayor. Mayor en todos los sentidos, estéticos y narrativos, también. Una obra colectiva hecha con métodos precisos es más interesante que una obra individual por el solo hecho de que una subjetividad es menos interesante que la interacción de muchas subjetividades. El campo social es otro territorio tanto estético como narrativo, de experiencias como de imaginación. Pero nos empeñamos o nos enseñan a empeñarnos con el heroísmo individual, la brillantez individual, la genialidad individual, la habilidad individual... no salimos del territorio “superman”. Concentrar las virtudes de los flujos sociales en un solo personaje. ¡Qué empecinamiento más enfermizo, por dios!. Pero ahí seguimos.
" Dime a cuanto individualismo estás dispuesto a renunciar al hacer tu obra y te diré que alcance revolucionario tendrás a nivel social".
No tenemos ninguna vara mágica para saber si nuestras opciones son las vías más acertadas. ¿Cómo se puede vencer en una guerra sin desgastarse en el campo de batalla? Eso solo lo pueden hacer los héroes individuales de la ficción, de la ficción de dominación. Esta nomenclatura nos ha enfermado con una sutil sensación de que “pase lo que pase con el individuo, no morirá, porque se acabaría la serie, o la saga y que los héroes no mueren y son lo único permanente en el mundo de unos films”. Pero la vida es otra cosa.
Los textos que hemos plagiado, son textos de personas y grupos concretos que en su momento eligieron un modo y unas palabras para reaccionar. Identificaron una situación, se vieron con una herramienta en las manos y actuaron. Podríamos quedarnos a reprocharle a Jonas Mekas si en realidad no se labró un oficio y una reputación personal a través de su disidencia cinematográfica, a Godard por qué terminó refugiado en su monasterio suizo luego de hacer estallar la estética de un cine burgués, a Peanbeaker por qué prefirió el documental-rock en lugar de ocuparse de temas políticamente más conflictivos o a Wiseman por qué no colectivizó su proceso de montaje... si, claro que podríamos. Pero preferimos pensar que ellos hicieron lo que creyeron que tenían que hacer por lo menos (por ello seguimos hablando de ellos) y que es muy difícil hacer una crítica a otra época que no suene anacrónica y hasta superficial. Lo que sabemos mejor es lo que vivimos en presente. Donde podemos reaccionar es en nuestra propia circunstancia. 
Romper con el individualismo, es una roca dura. No han sido pocas veces las que nos cuestionan o incluso nos han escrito al blog para manifestarnos un temor en forma de pregunta: "pero todo este rollo que llevan del cine sin autor, el suicidio autoral, etc. ¿no lo plantean como un dogma no? ¿No tenéis nada contra los autores?".
Y decimos que no, claro, que no pasa nada, que estamos hablando de formas de producción y no de personas. Pero nos hace pensar este temor. Porque incluso en posturas muy progresistas, el hecho de que estemos estableciendo un método que destruye al autor no en la teoría sino en el propio momento de producir obra y que lo hagamos por criterios políticos, a veces irrita y confunde, creemos que demasiado. Y seguidamente nos dicen: ¡pero, a ver, un autor es importante, hombre!, y enseguida viene un obligado repaso de nombres ilustres de nuestra cultura, incluso de los más disidentes. Y sale un rezo complicado de leer. ¿Qué haríamos sin la literatura de, el cine de, la música de...? Pero en lugar de arreglarlo nos dan más elementos para desconfiar. Parece que si quitamos la producción individualizada de cultura, si la relativizamos como “la” expresión de nuestra sociedad, nos quedamos sin cultura. ¿Realmente nos quedamos sin cultura si lo hacemos? ¿Somos culturalmente lo que hacen individuos que conviven con nosotros en el momento histórico? Somos cultural y cinematográficamente hoy en el estado español solamente Almodovar, Aménabar, Alex de la Iglesia, Isaki Lacuesta y un no tan largo etc. Suponemos que no, porque si fuera así sería francamente pobre, corto y triste cuando sabemos que identificarlos como productores de nuestra cultura supone fundamentalmente estrategias promocionales de crítica y mercado.
No tenemos mucha confianza ya en ese, esa artista, (nos da igual lo brillante y crítico que sea), que haciendo su obra en su laboratorio privado, pensando (o no pensando, mejor) en un público, afirma la certidumbre heredada de que un autor o autora puede expresar a un colectivo. Reconocemos que esto puede llegar a ser medianamente posible por identificación de un público con una obra. Pero nos resulta evidente que no estamos hablando de un creador o una creadora revolucionaria tal como lo pretendemos y deseamos. ¿Desde quién y con quienes hacemos nuestro cine, nuestras obras? nos preguntamos.
Ese lugar común de la rebeldía se basa en su poca memoria. ¡¿ Cuántas veces vamos a inventar el cine!? Aquí mismo estamos buscamos estrategias de recodificación: Nuevo Cine Popular, decimos. No sirve más que como llamada de atención para abordar la realidad. Pero luego, en terreno, el cine es cine sin más. En ella, lo que hagamos tendrá que hacer entrar en crisis la realidad para abrir caminos.Esa es la prueba de su eficacia.
Pongamos bajo sospecha lo obvio de nuestra forma de producir las obras culturales. La manera individual no es más que una deformación limitada de crearla. Los primeros resentidos seremos los creadores y artistas y nuestro maniático ego.
Por algún lado hay que romper la cadena de certidumbres que heredamos. Para tirar abajo un edificio no basta con apedrear las ventanas. Hay que estudiar muy bien la estructura en la cual se fundamenta. Luego vendrá el cálculo de los explosivos y los lugares estratégicos donde ponerla. Luego, que no nos tiemble la mano a la hora de apretar el botón para la destrucción. Una explosión justa, provoca el desmoronamiento íntegro de un edificio en breves instantes. Pero eso solo lo saben los expertos en demolición. No descubrimos nada cuando decimos que uno de los pilares del edificio cultural es la exaltación de personas individuales como iconos de producción y adoración y no importa a qué confección ideológica respondan. También construimos nuestros héroes individuales de izquierda y muchas veces bajo los mismos métodos que los del delirio mercantil. Sabemos que tenemos una larga cola de antecesores dinamiteros. Pero lo único que nos desafía y nos anima es que en nuestro presente y en nuestra realidad, nadie vendrá a dinamitar la cultura de dominación por nosotros. Estamos solos con respecto al pasado, pero nos late que muy acompañados con respecto al presente.
No podemos desatar desde nuestra subjetividad un alzamiento social. Como mucho, podemos como individuos alzarnos contra nuestro estado particular de cosas para encontrarnos a otros y otras que están en la misma actitud. No creemos eficaz la producción de un startsystem de lo revolucionario, aunque sigamos fabricándolo e incluso nos pueda parecer atractivo. El futuro de un o una cineasta revolucionaria, su existencia como tal, pasa por el hecho político de definir con precisión la estrategia de su propia desaparición, de su propia destrucción como creador individual, en cada obra, en cada film que hace y en beneficio de la creación intervenida y participada por las personas con y desde donde trabaja. Que el 2010 nos pille desapareciendo.

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