lunes, 1 de febrero de 2010

Espectador ausente. Del tiempo del cine y el tiempo de la vida.



“Normalmente, el hombre va al cine por el tiempo perdido...¿Acaso no es como si, al comprar una entrada para acceder a la sala, el espectador buscara llenar las lagunas de su propia existencia, atrapar un tiempo perdido?”.
Jaques Aumont trae esta cita de Tarkovski en su libro La teoría de los cineastas a la que agrega: “el tiempo perdido, o lo que es lo mismo, el pasado y su rastro en la memoria; así pues, el tiempo recuperado por el espectador es a la vez ese tiempo pasado que se precipita en el olvido...”
El tema del tiempo en el cine es uno de sus asuntos fundamentales. Digamos que en la microscopia cinematográfica, cuando se capta algo de la realidad sabemos que el cine solo podrá simularla mediante fotografías fijas ya que el movimiento en sí, jamás podrá capturarlo. La sucesión de fotos fijas nos crean la ilusión de ese movimiento que ocurrió delante del objetivo de la cámara, ese instante de vida, pero lo que pasó entre las dos posiciones fijas fotografiadas, esos segundos de ausencia de captura, nunca los podrá registrar y quedarán sumergidos en el misterio. Por más que se amplíe la velocidad de la sucesión fotográfica, siempre habrá intervalo y siempre habrá misterio.
Si nos salimos del ámbito microscópico todo parece funcionar a la inversa. Un documento audiovisual de la índole que sea, se convierte en una feroz herramienta contra el paso del tiempo, contra el olvido, contra la perdida de la memoria.
Son dos caras del cine. Tanto la frase de Tarkovski como el comentario de Jaques Aumnot se refieren a la experiencia social del cine y nos llevan a pensar otra vez en “el viejo espectador del viejo cine” porque ponen en evidencia la ideología de fondo del sistema dominante de productores y autores.
Ya hemos hablado justamente de la supresión del “espectador” como posibilidad de un nuevo cine.

Hace apenas unos días, reunidos con varias personas de la Asociación Ventilla de Tetuán, discutíamos entre muchas situaciones cuáles deberíamos elegir para comenzar a rodarlas en las semanas que siguen y preguntábamos concretamente lo siguiente: nos hemos transformado en grupo productor y director, la pantalla está en blanco. Cuando vengamos a la próxima sesión, de todos estos asuntos ¿qué quisiéramos ver, como espectadores de la película que empezamos a crear juntos?
Cuando se propusieron las situaciones, quien lo proponía se tuvo que comprometer también a coordinar la secuencia, ya que era su idea y solo él o ella podía transmitirla con exactitud el día mismo del rodaje.
Cuando nos veamos dentro de un mes, habrán sido rodadas unas 4 o 5 escenas elegidas por el grupo, cada una de ellas las habrá pensado y dirigido una persona diferente que será grabada desde su vida cotidiana hasta el lugar donde se rodará la secuencia y montaremos esos trozos de vida capturados para que en la próxima sesión seamos espectadores y espectadoras del trabajo que habremos hecho entre varias personas. Luego, posiblemente se acerquen más vecinos y vecinas del barrio.
¿Qué verán estas personas en la próxima sesión? Su barrio, sus calles, a quienes han elegido grabar en las situaciones que han decidido vivir, revivir o ficcionar. Uno de los temas reiterados, por ejemplo, fue el rescate de oficios muy antiguos que se dan en el barrio y que se están perdiendo aceleradamente: un relojero en su pequeño taller, otro que hace sillas para caballos, tapiceros, etc. que la gente no quiere perder y llegado el caso de que la pérdida sea inevitable, pues quieren utilizar el cine para conservarlo en el tiempo, para dejar memoria, para resistir al olvido.
Pero también han propuesto, lugares significativos, acontecimientos, esquinas, personajes del barrio.
Los espectadores y espectadoras de la próxima reunión verán lo que han deseado ver y lo que ellos mismos habrán decidido y dirigido hacer en cada caso. Cuando pensamos en el desarrollo del proyecto y por la cantidad de propuestas que han surgido de los y las vecinas, la vida de la gente comenzará a aparecer mes a mes en la pantalla de la Asociación.
Y entonces nos acordamos otra vez del viejo cine y la frase del tiempo. Siempre insistimos que la eficacia de la ruptura con este cine la estamos haciendo en la práctica y como utilidad teórica en la reflexión, pero fundamentalmente en la práctica, en el terreno, en la vida.
Decir que aquel espectador que paga su entrada va a recuperar el tiempo perdido y va a llenar lagunas de su existencia, nos hace cuestionar profundamente ese antiguo cine donde un autor o un productor le ofrecía al espectador ajeno, su película, su versión de algún asunto... su tiempo recuperado. En este antiguo esquema, donde la producción estaba desconectada de sus perceptores, no se recuperaba esencialmente más que el tiempo subjetivo del director y su equipo. El espectador se inoculaba dos horas de imágenes producidas en otro lugar y en otro tiempo, por otras personas que nunca conocería. El aparato de producción, la manera de hacerlo, con su tecnología y sus saberes, era ese proceso desconocido, oculto.
Es verdad que alguien ofrecía (y ofrece si mantiene estos viejos sistemas fílmicos) la recuperación de un tiempo y unos asuntos y unos lugares pero insistimos en que son los tiempos, asuntos y lugares de los productores y vendedores de films o los de los autores. Y por supuesto que ha habido muchos cruces donde la participación del sujeto documentado, en la historia contada del cine, permitió esa intervención relativa en las películas. Esta es la tradición histórica en que nos ubicamos. Pero es verdad también que no se ha hecho forma habitual de producción.

El tiempo del cine, tiranizado, limitado por el tiempo de la producción siempre termina por aplastar el tiempo social de la vida. Si se trata de filmar la vida, es ridículo mantenerse en ese enfermo tiempo de lo profesional del cine y de la producción audiovisual. El extremo de esa enfermedad nos lo da el tiempo televisivo, el tiempo informativo, los nuevos (¿nuevos?) formatos de reportajes a cámara en mano, que más que informarnos, más que mostrarnos, solo ponen en evidencia la enajenación de la producción con respecto a la vida. Allí podemos ver a las claras de qué tiempo hablamos cuando la urgencia de los seudo reporteros o los seudodirectores se asoman a los mundos que extraños, en los cuales jamás durarán, a los cuales desconocen en sus ritmos y aconteceres vitales, cotidianos.
Filmar la vida, al menos para nosotros, significa montar el dispositivo de cine para saber esperarla y saber verse esperando. Es un acto de estar y de permitir hacer, posibilitar hacer...cine. Es un prolongado acto de escuchar, de escucharnos los sonidos, las propias voces. Hacer cine es sentarnos juntos a ver qué hemos grabado, qué hemos montado.
¿Qué tiempo posibilita esa oportunidad? ¿El tiempo de producción de los cineastas, de las productoras, incluso, de los autores?.
Los conflictos entre el tiempo de producción y el tiempo de la vida son intrínsecos al cine. No es un tema nuevo. Los avances tecnológicos, lo que han hecho, solamente, es haber facilitado esa “sensación de estar ahí” que dice Leackok. Pero una vez que se aprende a estar ahí, el paso que ahora nos parece posible y urgente, es que el cineasta se vacíe de su protagonismo para pasar a provocar y contemplar como “esos y esas que están en el ahí”, hacen su cine.

Pero estas certezas no surgen ni surgirán jamás del estudio o la lectura, son liberaciones que se dan en terreno. Hasta lamentamos no poder mostrar lo que esto significa, lo creativo que es que la gente comience a apoderarse de las decisiones, de las cámaras, de la secuencia, del documento que se muestra. Ver como unas personas que llegan a ver un supuesto documental pasan de concebirse público a sentirse productores de una escena al cabo de una reunión.

El individualismo en el que estamos sumergidos como burros, no nos deja intuir lo que una cámara inmersa entre gente no productora de cine puede darnos de riqueza, de ruptura, de posibilidades narrativas, de conocimiento de la realidad. Un, una cineasta que no trabaja en una realidad concreta, es una persona con conocimientos de cine. Pero ese mismo, esa misma realizadora disuelto en un grupo, es un muñeco de sal que se lanza al mar y se descubre mar al disolverse.
El tiempo del cine se ha ido acercando increíblemente, tecnología mediante, al tiempo social de la vida. Pero el respeto, la contemplación, la mirada, el silencio activo y provocador, la reacción de un o una cineasta, siguen teniendo que ver exclusivamente con su actitud humana y política. Ahí sí que llevamos retraso. ¡Vaya si llevamos retraso enredados en la subjetividad perversa del individualismo! ¿Cuándo nos sobrevendrá el coraje de matar a ese viejo creador? A nosotros, ahora.

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