lunes, 3 de mayo de 2010

Cine y trabajo. Performance laboral y performance cultural. Otras notas sobre el capitalismo espectacular.


En la introducción que preparamos para el segundo Manifiesto de Cine sin Autor, “Cine XXI”, tratamos de plantear una relectura del Arte desentrañando algunos de sus mecanismos más rechazables. Nos parece útil destacar la similitud que existe entre los diferentes enclaves de producción económica y las relaciones que pueden tener estos en la producción cultural.
En la generalidad de los enclaves de producción bajo el régimen capitalista, una mayoría trabajadora mantiene y lleva a cabo la producción y una minoría define el diseño, la gestión de las cadenas de producción y el reparto de sus beneficios globales, de tal manera que éstos siempre favorecen a esa minoría que gestiona y diseña.
La gente asalariada, los empleados y empleadas de cualquier negocio, actividad, institución, fábrica, etc. son concebidos por la mecánica capitalista como espectadores pasivos del funcionamiento de dichos enclaves.
Hay tres operativas que pueden extraerse de la dinámica de un espacio de producción económico que a la vez podemos conectar con los modos y espacios de producción cultural.
1) La operativa autoritaria de su diseño: una minoría impone a otros un modelo de organización, gestión y reparto a cambio de ínfimos salarios con respecto a los volúmenes de dinero totales que se mueven o generan. Mientras los directivos sufren el estrés de la dominación, por tener que mantener un funcionamiento contra cualquier movilización social que pretenda cambiarlo, las mayorías sufren el estrés del sometimiento a un tipo de organización impuesto sin posibilidad alguna de ser modificado. Los directivos de los enclaves de producción ofrecen un escenario laboral con una dinámica organizacional incuestionable por parte de asalariados y asalariadas. Enclaves no participativos, no democráticos, impuestos autoritariamente sin demasiadas alternativas u modelos diferentes.
2) La operativa espectacular es deducible de su necesidad de valerse de trabajadores y trabajadoras que se acoplen a sus cadenas productivas como espectadores pasivos de una gestión, un diseño y un reparto de beneficios que se les presenta como espectáculo ajeno y extraño a sus propios deseos e intereses. La condición de un asalariado es la de ser parte de un espectáculo de producción donde a pesar de sustentarse a través de su trabajo, se ve negado a incidir en el diseño de sus propietarios (esa minoría concentrada en sus despachos y movidos por una intención compleja de rentabilidad y beneficio propio).
3)La operativa individualista se hace evidente al ver las enfermizas pirámides de la estructuración jerárquica, donde al final, siempre hay un jefe de todo eso que oculto en el laberinto de burocracias técnicas y administrativas decide y determina sobre todo el funcionamiento de la producción..
Una fábrica, una empresa cualquiera, un negocio de corte capitalista no es más que una performance socio-laboral fabricada por una minoría, puesto en funcionamiento por un grupo o una persona con capital donde involucra a trabajadores y trabajadoras que dan su trabajo a cambio de salarios mínimos, que buscan no interrumpir la inercia de beneficios privados.
Estas operativas son las que nos encontramos también en los modelos habituales de la producción artística y cultural. El Arte que heredamos responde a una producción Autoritaria: unas minorías fabrican obras, eventos y espacios culturales para masas de públicos pasivos que no participan jamás sobre el diseño, la gestión ni los beneficios de lo que supone la producción de lo cultural que se hace “para ellos”.
Responde a una operativa espectacular porque se alimenta de la expectación de públicos, espectadores, lectores, etc. que acuden y pagan por dichas obras, eventos y espacios, sostienen su funcionamiento y continuidad, pero sin participar como parte activa de una creación.
El Arte que hemos heredado bajo estas características no es más que un Arte autoritario, impuesto por las minorías creadoras y vinculadas a la institucionalidad artística, que organizan todo tipo de eventos y producciones para el resto de la población restando a esa misma población la posibilidad de la creación social colectiva. El Arte que conocemos no es más que la gran performance socio-cultural que los grupos minoritarios fabrican bajo el hechizo de lo que se ha instaurado como Arte..
No se pueden medir con facilidad las conexiones entre este “estar en lo laboral” y “el estar en lo cultural”. No podemos establecer relaciones de causa y efecto ingenuas como si uno derivara en lo otro, pero si nos atenemos al tiempo de nuestra ocupación, vemos que la mayor parte del tiempo funcionamos sobre todo como espectadores de diferentes escenarios de producción y escasas veces como protagonistas activos, creadores críticos, co-beneficiarios, co-productores.
El camino que iniciamos con la práctica del CsA, busca quebrar desde nosotros, realizadores de cine, la “inercia de esta performance llamada Arte” a partir de la desactivación de las operativas descritas:
1) sustituir la práctica del autoritarismo, por la práctica de la gestión colectiva,
2) sustituir la práctica de la espectacularidad que genera productores que crean para su beneficio y perceptores pasivos que consumen sus obras, eventos y espacios por una colectividad organizada en torno a la producción de sus propios films como “proceso representacional colectivo”.
3) sustituir la práctica del individualismo que exalta y concentra todo el poder de creación simbólico en figuras particulares por una creación social participada donde el creador individual desaparece en sus funciones propietarias para aparecer inmerso en un colectivo de personas con un nuevo perfil de funciones sociales, artísticas, políticas.
Nota a pie de realidad: Esta última semana tuvimos la oportunidad de hacer por encargo un reportaje-documental sobre varias empresas autogesionadas de BsAs vinculadas a la CTA de Argentina, el sindicato alternativo a la histórica CGT.
El espacio de autogestión que se ha generado alrededor de algunas empresas autogestionadas en la Argentina después del fracaso rotundo del modelo neoliberal, nos dio la posibilidad de ver en terreno, espacios que rompen “esa performance socio-laboral de corte capitalista”. Fábricas, empresas que funcionan con trabajadores “en relación de dependencia” -como le llaman ellos- que son sustituidas por otra forma de producción frontalmente contrarias: autogestionadas, de responsabilidad social con servicios directos y compromiso con el barrio donde está inserta la fábrica como parte de la concepción del “nuevo trabajador que proponen”, de gestión y reparto de beneficios colectivo y con una reformulación del lenguaje en lo que respecta al mundo del trabajo y al propio trabajador y trabajadora.
Cuando cuentan que los capitalistas abandonaban sus fábricas declarándose en quiebra, que grupos de personas inciciaron procesos organizativos para apropiarse de sus infraestructuras y que esa organización en muchos casos llevó a una gestión exitosa del enclave productivo, a uno le queda la sensación certera de que el sistema de esclavitud y dependencia laboral, efectivamente, se puede romper.

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