lunes, 18 de octubre de 2010

Cine para el espectador primero. Sobre esa compleja y fascinante deriva del tiempo... en el cine.

Se suele decir que el cine (de las minorías), el cine en su versión hegemónica, fugó rápidamente hacia la mecánica narrativa (el contar historias) y la conquista de espectadores que lo hicieran rentable, altamente rentable, de esta manera. Y en parte es verdad. Luego las críticas más frontales que podemos encontrar a lo largo de su historia siempre apuntaron a crear otro tipo de representación, que representara, valga la redundancia, otros intereses temáticos y rompieran de múltiples maneras esa práctica industrial que se hiciera hegemonía estética e imposición mercantil a lo largo del siglo. Ya hemos hablado muchas veces de estos temas.
Pero, salvo excepciones, algunas de las cuales también hemos analizado en este blog, pocas han roto con la dinámica de la persuación al espectador remoto.
En el cine, la categoría social de “su espectador” siempre ha sido remota. A lo sumo y en la cabeza de los fabricantes y creadores de films, el espectador era un tipo social vagamente presupuesto. Consumidor genérico, población militante, público en general al que había que llegar para decirle algo, entretenerlo con algo, violentarlo con algo, provocarle, instruirlo.
Alguna vez, sin poder precisarlo exactamente, nosotros nos vimos en la necesidad política de dejar de pensar en un cine de persuasión para un espectador remoto y comenzamos un camino (en el que estamos) hacia un sujeto específico al que incluimos como protagonista, coproductor y gestor del proceso.
De alguna manera comenzamos a destruirnos como creadores de ese tipo de películas destruyendo al mismo tiempo a ese espectador remoto, casi mera estadística.
Un Cine sin Autor, fue, desde el principio de nuestras reflexiones y prácticas, un cine sin ese tipo de autor, que a la vez se concibe sin ese tipo de espectador, el remoto del viejo oficio. El desconocido que había que persuadir con todo tipo de técnicas narrativas y formales.
Una vez más, cabe decir que esto siempre ha sido así en el cine. Los primeros espectadores de las secuencias de los diferentes cortes de las películas eran sus técnicos y productores, como es obvio.
Nuestra intención política ha sido desde el primer momento, democratizar ese privilegio y a la hora de hacer una obra de Cine sin Autor, nos planteamos que el sujeto a documentar, desvinculado de todo proceso de producción audiovisual, forme parte de ese espectador primero, ése que ve su propia obra en marcha, ése propietario de lo que se está haciendo, ese dueño de todo lo que ocurrirá con la película.
La creación de vínculo social diferente con ese “espectador primero” fue la clave para poder crear un “campo creativo de producción conjunta, horizontal” y así entrar en otros procedimientos de creación.
El otro tema que comenzó a llevarnos de cabeza fue la necesidad de que los procesos de Cine sin Autor que iniciáramos debían ser procesos prolongados y estables que le diera tiempo a ese espectador primero, a naturalizar una práctica del cine que, a su vez, le permitiera involucrarse progresivamente hasta apropiarse de ese proceso en marcha. No hay mucho mapa al respecto para recorrer la geografía del cine bajo estas claves. También hemos analizado aquí algunas experiencias que lo han conseguido.
Fuimos aprendiendo que debíamos romper el tiempo de producción, nuestros intereses como equipo creador, nuestra dinámica, haciendo efectivo el vaciado autoral, peleando contra nuestros propios instintos de propiedad sobre el proceso y esa es una de las operativas que ha permitido la apropiación de dicho proceso por parte de esos espectadores primeros, las personas con las que trabajamos.
Luego de varias experiencias sin término en los dos primeros años, recién y luego de casi cuatro de pensar y trabajar, estamos llegando al corte final de una película con un grupo de jóvenes, que comenzó hace más de año y medio y que luego de pasar por etapas de guionización colectiva, rodaje abierto, múltiples visionados compartidos de documentos fílmicos que fuimos construyendo, arribamos por fin a una etapa de colectivización de la responsabilidad sobre la circulación del film ¿De qué?, cómo ha venido a llamarse.
Nadie hasta ahora excepto los involucrados han visto nada de esta película. Este fin de semana veíamos por tercera vez un posible corte final que cerraremos posiblemente en diciembre, cuando hagamos el ajuste definitivo del material.
Y entonces miramos hacia atrás y pensamos que todos estamos conformes con que eso se pueda ver. Hemos compartido como espectadores primeros, un trabajo conjunto. Recién ahora, cuando el viaje social que hicimos estos dos años para crear la película está hecho, cuando nadie discrepará de quienes han perdurado en el trabajo, sobre lo que se muestre en el film, luego de quitar grandes tramos y cosas específicas por diferentes razones, recién ahora nos ponemos a pensar en ese espectador remoto. Último sujeto en importancia para nosotros, y eje principal para el viejo cine. Esta película fue hecha con y para representarnos a nosotros, los y las jóvenes y el equipo a su servicio.
A lo largo de estos casi dos años hemos crecido y cambiado todas y todos muchas cosas de nuestra vida mientras la película seguía creciendo. Al principio de la experiencia no teníamos ni idea de lo que aquello podría llegar a originar. Dos años después tendremos una película de hora y media y empezamos otra etapa, la de circulación de este film, de la que también desconocemos lo que pueda traer consigo. Vamos paso a paso. Colectivizar un film no es un asunto espontáneo o una decisión de unos pocos meses que se planifica. Aquella ignorancia del principio entre nuestro colectivo de Cine sin Autor, un profesor de matemáticas y amigo que sirvió de nexo y unos jóvenes, ahora se aparece como un espacio de vida donde encontrarnos, significa hablar también de problemas, estudios, trabajos, precariedad, noviazgos. Recién ahora aprendimos que el tiempo social para el rodaje y montaje de esta película era de dos años. Nuestro cálculo era de 6 a 8 meses y nuestra proyección era que luego, el colectivo de CsA y los jóvenes siguieran su camino habiendo tenido entre medio una grata experiencia. Dos años después, nuestras vidas están como amarradas a un film que inicia otra etapa. Y el film a nuestras vidas. Enunciamos muy fácilmente en nuestros comienzos de la teoría la necesaria “ruptura del tiempo profesional de producción de un film” y la apertura al “tiempo social de lo real de las vidas”. Pero luego, la realidad nos llevó por desconcertantes y fascinantes caminos. Las enunciaciones que hacemos con palabras se hacen fascinantes cuando tenemos el coraje de vivirlas. De lo contrario se vuelven frustración y olvido.
En la otra experiencia en la que estamos inmersos, la Sinfonía Tetuán del barrio, para el arranque en noviembre, hemos reducido el escenario de acción, nuestro plató real, a solo cuatro o cinco manzanas. ¿El motivo? El mismo interés de abrir un espacio continuo de trabajo, en un escenario estable para que sus habitantes sean menos y podamos crear vínculos más fuertes de vida y cine. Teníamos hasta el año pasado reuniones mensuales ya determinadas. También han saltado por los aires. No queremos condicionar con planes o ritmos nuestros lo que la relación social debe hacer madurar. Vamos a intentar que un rodaje abierto, un montaje público, un visionado colectivo se haga, cuando el vínculo madure los encuentros. Iremos haciendo ensayos de relación social e intervención cinematográfica. Son vacíos de planificación que debemos hacer como creadores, autores.
Desapropiaciones que nos permitan abrirnos a la complejidad del vínculo social a construir. Estrategias de sinautoría que deben permitir eliminar nuestra caprichosa incidencia.
Entramos en otra fase de incertidumbre y a la vez desafío. No hay plan preestablecido. Hay operativas validadas y otras por validar. No hay prisa. Hay vínculo social que crear para que asegure la permanencia de un proceso.
En estas 4 o 5 manzanas, con las cuales entramos en contacto superficial el año pasado grabando en algunos de sus escenarios personas y acontecimientos, seguramente nunca se ha hecho algo parecido a cine, como suele pasar con los lugares comunes donde generalmente habitamos. Detrás de las puertas cerradas nos intrigan las vidas y las historias sumergidas en la dinámica de su cotidianidad. Solo queremos que este Cine sin Autor nuestro nos lleve a vincularnos de otra manera con el resto de personas durante este año y nos vincule para producir y produzcamos para pensarnos y reflexionarnos. Que esas puertas cerradas lentamente sigan abriéndose como ocurrió el año pasado. Que se haga habitual oír ¡acción! en mitad de la calle y se sepa que hay un rodaje y que cualquiera puede participar. Que el cine interrumpa la monotonía para buscar, digámoslo sofisticadamente, estetizar la vida cotidiana y hacerlo organizadamente juntos. Por suerte, al menos nosotros, ya no estamos soñando solamente. Solo contamos lo que hacemos y lo que vivimos. No es mucho, pero avanzamos. Quizá porque cuanto más pasos damos, tenemos menos miedos y nos hacemos mejores preguntas. Quizá porque estamos empeñados en hacer durar las cosas para romperle el tiempo al vértigo y sus prisas, tan capitalistas. Quizá, porque, como diría aquel: de tanto empeñarte en lo que sueñas te arriesgas a acabar siendo lo que debías ser. Vale decir lo de siempre: ¡que estamos empezando... que sabemos alguna cosa más... que tenemos grandísimas ganas de vivir haciendo este cine! Y que esto no es poco.

1 comentario:

  1. felicidades ¡¡¡ , nosotros estaremos esperando el producto de la obra, adelante con el trabajo, adelante el cine sin autor.

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