domingo, 6 de marzo de 2011

Capitales en movimiento confuso. Otra nota sobre el cooperativismo social cinematográfico. Preparando la tierra.

“Los cineastas europeos, en pie de guerra contra Bruselas” titula el país un artículo de esta semana, para referirse al hecho de que “cientos de directores arremeten contra los planes de recorte de las ayudas” de la Comisión Europea.
Luego de los mesesitos que llevamos en España con los encuentros y desencuentros entre Ministerio de cultura y la Academia de cine, más una gala de los Goya donde el patético glamour se vio manchado por algunos huevos como resultado de meses de tensiones con un sector de internautas, más todos sus etcs, se agrega ahora que varios de los cineastas más prestigiosos de Europa se ponen al ataque en protesta por el recorte del programa Media, que lleva 17 años apoyando el sector audiovisual europeo y a finales de 2013, habrá invertido más de 1.700 millones de euros en el sector según europa press.es.
El reclamo, dice la noticia, encabezado por los directores Pedro Almodóvar, Wim Wenders, Ken Loach y muchos más, protesta contra la posible supresión del programa o su fusión con otro más amplio, mientras que la Comisión Europea trata de tranquilizar diciendo que solo busca mayor eficacia en la inversión.
Si recordamos, además, que hacia fines del 2009 se armó otro revuelo en el “cine español” con aquellos Cineastas contra la Orden que impugnaron la Ley del cine española ante Bruselas creándose el pánico de parálisis en la industria local por la posibilidad de que se congelaran las subvenciones, pues, da para pensar algunas cosas.
Por un lado, las autoridades españolas parecen proteger y favorecer con su legislación a las estructuras del negocio cinematográfico y sobre todo a ciertos directores y productores para que no pierdan sus privilegios de producción y sus beneficios. La protesta de hace poco más de un año de los Cineastas contra la Orden, hacía alusión, entre otras cosas, a la preferencia de apoyos de un cierto tipo de películas (preferentemente de grandes presupuestos) en deterioro de otro tipo de películas de menor inversión o con otro tipo de riesgos a nivel de su realización.
Las lecturas pueden ser variadas, como siempre. Una de ellas nos puede llevar a pensar que ese asunto llamado Cine, quizá, para ciertos sectores de inversión oficial, ya no ofrece gran fiabilidad y es justamente el capital el que produce movimientos, choques e incertidumbres.
Construir una industria cinematográfica nacional siempre ha tenido una gran complejidad de intereses a parte de tener que enfrentarse con las injerencias de los grandes grupos mercantiles del negocio del cine global y sus guerras. Las reacciones históricas han sido generalmente por la reacción y protestas de determinados sectores disidentes del cine que por motivos formales o políticos ponían en entredicho “su funcionamiento” a diferentes niveles: sus producción (críticas y reacciones sobre sus productos estéticos, sus estrategias publicitarias, sus formas narrativas), críticas a su distribución y exhibición (reacciones contra la guerra de imposición de las reglas del negocio).
Podríamos decir que se disputaban los privilegios y ciertos cineastas disidentes buscaban sus propios espacios estéticos o políticos, o estéticos y políticos.
Estos movimientos del “mundo del cine” de hoy, que podríamos leer a partir de los hechos ennumerados (unos entre muchos) llevan a pensar que ya no se trata de un movimiento de ruptura al interior de la cinefilia productora sino que las sospechas se levantan tanto desde los propios espectadores y espectadoras, como desde el propio avance de las tecnologías de producción actuales e incluso desde la institucionalidad oficial que anda dubitando sobre la cantidad de inversión y la manera del reparto del dinero del cine.
Los titubeos legislativos de la ley española provocaron la protesta de la capa media de cineastas que ven reducirse los apoyos a un sector de películas fuera de los grandes presupuestos. Los titubeos de la Comisión Europea provoca la reacción de la capa alta de cineastas. Parecería que el capital disponible para el cine se mueve creando inseguridad entre los profesionales vinculados al negocio.
No hay misterio que resolver. Las inversiones se mueven solo por una razón: la pérdida de rentabilidad. Es ley del capital. Será que está dejando de ser rentable el modelo del viejo cine como lo está el modelo de las industrias culturales tal como las hemos conocido.
Si esto fuera así, tampoco es una alegría ya que la fuga o desplazamientos de inversiones están como buscando rincones en la nueva situación del audiovisual para poder fortalecer. Aquello ya no sirve, quizá esté murmurando cierta oficialidad de la cultura, pero no terminan de vislumbrar en que nuevos paradigmas confiar sus privilegios, que van en franco descenso.
Y, al menos en este territorio español, parece que estamos lejos de otros paradigmas de producción cinematográfico.
Nosotros, en verdad, hace tiempo rumiamos un modelo viable. Uno que incluye el mundo extracinematográfico, el de la vida y la gente cualquiera, donde el cine ya se puede organizar y realizar, pero al que este desplazamiento de las inversiones del negocio cinematográfico tampoco afectará.
La máxima iniciativa orientada al antiguo espectador que aparece en el horizonte es la del modernillo crowdfunding: películas financiadas por una multitud de personas que aportan inversiones pequeñas y a los que se les ofrece hacerse partícipes de la producción de un film, saliendo en los créditos, recibiendo algunos objetos de regalo, teniendo noticias del proceso de rodaje, etc. que no deja de ser una ingeniosa propuesta donde grupos de profesionales intentan financiar sus proyectos mediante la participación ciudadana.
No es una práctica que haya abundado en el cine pero que sí tiene antecedentes en Cassavettes con Shadow y Jean Renoir con La Marsellesa cuando hicieron experiencias de este tipo con éxito muy relativo, al igual que los grupos de crowdfunding actuales. No nos parece mal sino simplemente una especie de obtención del presupuesto para los profesionales por colectivización masiva de inversores. Es un avance en otro modelo de financiación pero no en otro modelo de producción.
Nuestra práctica nos hace vislumbrar que es posible andar un camino de producción ciudadana, un cambio de modelo que pasaría porque la inversión pública y privada se destinara a crear plataformas de producción populares con metodologías de realización participativa tal como las que precariamente vamos diseñando. Pero este posible nacimiento de una sociedad ya no espectadora sino productora de imágenes fílmicas, (lo que solemos imaginar como el desarrollo de industrias populares de un cine producido, protagonizado y gestionado por la gente cualquiera organizadas para este fin), parece ser en principio una idea poco rentable para que pudiera interesarle a algún inversor privado. Su posibilidad parece un asunto que debería abordar la institucionalidad pública.
Si hemos de ser sinceros, nuestros métodos imaginados en el plano de lo social masivo nos permite adivinar la potencia real que podría llegar a tener un cooperativismo cinematográfico, incluso a nivel rentable, si contara con los medios con los que suele contar el cine de gran presupuesto. Solo se trata de un modelo de organización social diferente de cara a la producción y de la ruptura de los privilegios minoritarios a los que se dedican las inversiones fuertes.
Pero cuando miramos el panorama político de un país como este en que decidimos echar a andar nuestras prácticas, nos preguntamos irónicamente si, quizá, nos hemos equivocado de país o hasta de época.
Cualquiera sabe que, al menos aquí en España y posiblemente en cualquier país que viva abrazado al capitalismo salvaje como lo está este, se hacen cada vez más difíciles experiencias sociales fuertes que desafíen el sistema basado en el privilegio autoritario de sus minorías.
Lo más importante es seguir trabajando. Algo va cambiando. Los propios movimientos de inversión de dinero y los cambios legislativos han provocado las protestas de los directores más asentados en ese sistema de privilegios. Es un buen síntoma. No nos alegra nunca que unos o unas trabajadores pierdan su trabajo, claro. Lo que nos alegra es que ciertas minorías pierdan esos privilegios que otorgan los ensayos del gran beneficio y se parezcan cada vez más a unos obreros u obreras de una fábrica a punto de cerrar. Más nos alegrará por supuesto, que ese modelo acabe en escombros. Es solo una cuestión de números. Cuando la precariedad relativa de unos priviegiados podría posibilitar la masiva producción de los precarios, pues... es lo que siempre se ha venido a llamar un justo y buen reparto ¿no?
No nos desanima la perversidad ambiental, ¡qué va!, nos anima el trabajo. El jueves compartimos grabación con un grupo de señoras que mientras hacen patchwork hablan de su vida con una confianza que ya quisieran algunos. Hoy hemos pasado el domingo grabando una cantidad de buena gente en el pueblo Villa rubia de los ojos a casi dos horas de Madrid, viendo abonar la tierra de unos viñedos, comiendo con viejos trabajadores de la tierra, riendo y compartiendo la vida con la amplia familia de uno de nuestros protagonistas de Tetuán. Soñamos y trabajamos, sí, en la posibilidad de generar una gran industria popular de cine, pero seguimos con la cámara aferrada a la vida cualquiera. Hoy filmamos a Benito y sus ancianos abonando sus viñedos. Su suegro trabajó la tierra desde los cinco años. Hoy tiene 78 y sigue. Ellos saben bien, que el tiempo de abonar, no es el de la cosecha. ¿Por qué habríamos de inquietarnos nosotros por no cosechar si somos conscientes que estamos aún preparando la tierra de un nuevo cine?

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