lunes, 11 de julio de 2011

Plató-Mundo. A las afueras de la ciudad de Seahaven, el cine del futuro.

Muchos recordarán la película de Peter Weir, El Show de Truman, un film que muestra un monumental reality donde toda la ciudad de Seahaven es en realidad un gigantesco plató en la que la totalidad de los habitantes, menos el protagonista, Truman, única vida real, son actores y actrices en función de un guión televisivo dirigido por un productor ejecutivo llamado Cristof. La película muestra el funcionamiento de un programa de televisión emitido a todo el mundo en el que la vida de ese único protagonista real, era transmitida en directo desde su nacimiento y sin que él lo supiera.
Intentando hacer de los próximos meses, el cierre de nuestro segundo manifiesto Cine XXI, esta película se nos vino al recuerdo cuando nos pusimos a desarrollar el concepto de Plató-Mundo para un cine del futuro.
La idea de que una población entera, sus sitios y su gente, sus interrelaciones y su propia dinámica social puedan constituirse como decorados para el desarrollo de un argumento, nos resulta ahora tan propia de los delirios del capitalismo audiovisual capaz de hacer algo así, como innecesaria cuando miramos a la realidad con ojos cinematográficos. En realidad, cualquier lugar, también, puede ser Seahaven.
En otras ocasiones hemos hablado del espacio social real concebido como Plató-Vivo que en términos globales podríamos concebir como Plató-Mundo, para que cualquier persona en su localidad pueda abrirse a la posibilidad de que su entorno de vida, pueda llegar a ser un plató donde colectivamente se desarrolle una filmografía propia. A la inversa de la película de Peter Weir, no se trata ya de que un equipo de producción pueda con inversiones astronómicas fabricar todo el funcionamiento de una ciudad para los caprichos de su guión y la satisfacción de sus televidentes, sino justamente al revés: que el espacio real, una manzana, un barrio, un poblado, donde sea que que habitemos, pueda concebirse como un plató donde un equipo de realización ofrezca a sus habitantes progresivamente la posibilidad de cinematografiarse a sí mismos y sus ficciones.
El cine entonces, si es capaz de aceptar esa mutación conceptual, debería plantearse otras operativas muy distintas.
Imaginemos brevemente algunas cosas:
La pre-producción, por ejemplo, el nacimiento de una película, la valoración de su viabilidad económica y de público.
Más que un productor que con un equipo estudia las posibilidades de llevar al cine una idea contada o escrita en un guión, el arranque de una película como las que pensamos desde el Cine sin Autor, son una convocatoria a un encuentro social, una movilización de personas a los que se les propone iniciar una proceso cinematográfico. No hay película sobre la que decidir su viabilidad, sino una organización social que se pone en marcha con la intención de hacer diferentes films desde su realidad.
En lugar de esa estimación casi mercantil sobre la expectativa de público, a nosotros nos mueve una valoración en términos organizativos suprimiendo la tiranía de su rentabilidad o del reconocimiento profesional.
El vídeo digital nos permite comenzar a filmar un proceso donde el mismo borrador de película es ya la experiencia cinematográfica en sí.
El guión en abierto se transformará en un debate crítico público sobre los temas y narrativas de interés que permitirá evidenciar cinematográficamente la gestación de las ideas de la película en la propia película.
El rodaje, entonces, no será otra cosa que una celebración en cuerpo y espacio donde las personas reviven experiencias para ser filmadas o protagonizan las ficciones que ellas mismas han desarrollado. Una ocupación de los espacios privados y públicos por razones cinematográficas, creativas, de autorepresentitividad.
Los visionados de montaje se convierten en una reflexión por medios audiovisuales sobre su propio entorno, sus lugares, sus dinámicas sociales, las relaciones existentes y las imaginadas, los sonidos y las voces en las que viven inmersos, las que son capaces de producir.
La gestión de la película un acto de conciencia y responsabilidad colectiva sobre sus propias creaciones, un ejercicio de autorepresentatividad frente a espectadores remotos ante quienes se exhiban sus documentos, una documentación audiovisual de su propia historia.
Plató-Mundo. Se trata de romper los cercos imaginarios del cine. Los cercos inventados por una operativa de negocio o de profesionalidad puesta al servicio del negocio.
Plató-Mundo. Una apuesta por hacer de nuestros espacios de vida un lugar de cine y del cine un lugar habitado por la población en su conjunto.
Plató-Mundo. Una ruptura de los cercos de la imaginación que imponen los profesionales del cine a la realidad para que el cine se convierta en imaginación social.
Cualquiera sabe que un rodaje convencional crea una muralla entre el mundo de la ficción que quiere crear y el mundo que ocurre a su alrededor. Cuando un transeúnte se dispone a pasar por un sitio público donde se está rodando una película se encuentra con una prohibición que impide su paso.
A la vez que es una prohibición física, es una prohibición proveniente del imaginario productor que no quiere intrusos en la operativa que está materializando su rodaje.
Pocas han sido (las hemos nombrado en otras ocasiones) las experiencias de inclusión de personas de una población en los rodajes de los profesionales. No han ido más allá de la actuación, siempre dirigida.
Para nosotros, esos son los límites que definitivamente marcan la diferencia entre los platós, físicos o imaginarios del Viejo Cine con el cine que vendrá. La desaparición de los cercos, los muros, y las vallas que el cine ha puesto a los lugares donde rueda, los sitios que utiliza para sus propios fines.
Un día, en la ciudad-plató de Seahaven, Truman comenzó a sospechar de la autenticidad de su propio mundo. Cuando por fin pudo escapar de él, hasta los propios televidentes se alegraron de que aquel hombre real que habían visto en las pantallas de la televisión desde su nacimiento, huyera de la grandiosa mentira que el negocio audiovisual había inventado para él y para beneficio de sus productores e inversores.
Lo que no sabía Truman en ese momento, es que fuera de la mentira televisiva en la que había vivido, le esperaba la verdad de otro decorado: la compleja y fascinante realidad del Plató-Mundo. El que recién ahora deberíamos estar dispuestos a filmar con las tecnologías y la organización social del siglo XXI, un Plató al servicio de la vida y la imaginación de quienes lo habitan, lo trabajan y lo construyen cada día. Un Plató al servicio privado de nadie.

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