domingo, 27 de noviembre de 2011

Emancipar la imaginación. Romper, reinventar el modelo de Cine.

Este mes llevamos varios encuentros con diferentes grupos de personas poniendo a debate nuestras ideas y compartiendo nuestra experiencia.
Una pregunta, o más bien una preocupación, se repitió en tres encuentros de diferentes maneras e incluso algún lector del blog nos hacía alusión a ella en un correo desde Uruguay. Podríamos enunciarla más o menos así: “cuando la gente que no produce cine se pone a hacerlo repite los mismo clichés que ha visto.”
El tono no era tan pasivo como nuestra frase, sino que en varia ocasiones iba acompañado de comentarios más exaltados como ¡menunda mierda!, ¡es desesperante! y otras expresiones de hartazgo, de resignación o frustración.
Nos pareció un nudo interesante porque esa frustración tiene al menos dos puntos que analizar.
Por un lado, es una frustración que surge de una expectativa no satisfecha en el equipo o la persona que interviene como realizador o realizadora, quien va a utilizar la creación de una película como herramienta de intervención participada o colectivizada. Nos habita cierta certeza anticipada ante lo social, no sabemos por qué, de que produciendo con la gente que no produce audiovisual ni cine, estamos más cerca de “romper los códigos dominantes”.
Por otro lado, casi siempre se trata de intervenciones o creaciones puntuales, experiencias que empiezan y terminan relativamente rápido, (un año o dos son muy rápidos para nuestra visión) y ¡zás!, una vez más comprobamos que lo que surge del trabajo conjunto y de la imaginación de quienes participan es algo que copia “escenas, tramas o incluso géneros conocidos del cine”. De ahí la frustración clara: “¡ya estamos - decimos - más de lo mismo!”.
En la primera parte del nudo, hay una exigencia curiosa, al menos para nosotros, que consiste en esa obligatoriedad que le ponemos a personas sin experiencia en la creación audiovisual de que hagan lo que ni un realizador o realizadora hace comúnmente cuando comienza a hacer films. Incluso, diríamos, que no hacen ni muchos guionistas o realizadores experimentados que se pasan la vida profesional gastando grandes o medianos presupuestos en repetir con variaciones las mismas fórmulas.
Sin ir más lejos, lo vemos en cualquier nuevo o nueva realizadora joven que acaba sus estudios y se lanza a la creación de sus primeros cortos o películas cuando comprobamos que en raras, muy raras ocasiones, su lógica inmadurez en el oficio le permite plantear algo formal, narrativa o estéticamente nuevo, rompedor, desconcertante o fuera de los códigos que ha ido aprendiendo, generalmente dominantes. Más bien al contrario, podemos observar cómo, por más rebuscado y digno que lo haya realizado, a los ojos de un mediano analista, sus películas no son más que reproducciones fragmentarias de cosas que estudió, de trozos, escenas, narrativas de películas que le han impactado de una u otra forma y que mostrará en sus films con apenas modificaciones. La inexperiencia produce generalmente territorios conocidos del cine, con muy poca o nula originalidad.
Resulta curiosa, entonces, esa exigencia que le imponemos a lo social colectivo, a un grupo de gente cualquiera a la que le abrimos un “entorno o campo de creación fílmica” para que nos muestre algo nuevo. Hay que entender que a cualquier colectivo se le plantea un doble desafío: será la primera vez que se vea ante la posibilidad de imaginar, proponer y dirigir las ideas de una película y será la primera vez que busque crear un imaginario fílmico común, pensado con otras personas.
Con lo cual, parece lógico que como cualquier principiante, dicho colectivo comience a recorrer su imaginario cinematográfico a partir del imaginario individual de quienes componen el grupo y aparezcan así narrativas, escenas, personajes que provienen del universo aprendido como espectador.
Esta situación, en nuestra práctica y con el tiempo, nos hizo reflexionar mucho sobre tres aspectos. Uno, sobre la eficacia de la colonización audiovisual previa que todos tenemos operando en nuestro interior adquirida como espectadores consumidores, con lo bueno y lo malo que eso conlleva. No decimos que sean solo negativos los efectos de ver películas. Dos, nos ha dado un denso grado de realidad en el trabajo, haciéndonos ver lo difícil que resulta afrontar el imaginario social producido en común con el propósito de (siempre tan ligeramente dicho): “romper los códigos dominantes”. Y tres, nos ha reorientado hacia una responsabilidad que no teníamos al principio: la importancia de una nueva forma de educación audiovisual. La necesidad de un aprendizaje del cine por la producción y no por su visionado, su análisis o por la transmisión de saberes desde los que lo tienen hacia los que no lo tienen.
Estos asuntos nos han ido sumergiendo en la reflexión del segundo aspecto, el de la frustración desde la que partíamos: el asunto del tiempo.
En una experiencia, pieza o película no se pueden desactivar, así, a la primera, toda la conformación con la que viene operando nuestro imaginario. Es ingenuo pensarlo. Solo una larga pedagogía basada en la producción puede hacerlo posible.
Por este motivo es que cada vez más en los diferentes foros a los que se nos invitan manifestamos la necesidad de diseñar otra política para el sistema audiovisual general si queremos realmente crear condiciones de emancipación del imaginario por medios cinematográficos. Porque la pregunta que más nos mueve es justamente esta: ¿cómo crear condiciones de producción social del audiovisual y del cine que permitan, sobre todo a las generaciones futuras, una emancipación real de las producciones elitistas, profesionalizadas y minoritarias con las que nos hemos desarrollados como personas?
LLevamos algunos años trabajando en ese sentido y hemos tenido que reinventar todas las prácticas conocidas para poder adaptar la maquinaria-cine a las condiciones de producción que las personas tienen en sus vidas, que son prácticamente nulas o muy desfavorables.
Nulas o muy desfavorables quiere decir permanentemente inmersas en sus preocupaciones, trabajos, familias, precariedad, falta de motivación, etc. Así que cuando por fin se forma un colectivo de personas (vecinos, familiares, amigos, o grupo de referencia) a discutir el contenido de una película que podrían hacer, no puede sorprendernos que el primer pensamiento sea tópico. Y tampoco debe sorprendernos que el segundo y el tercero posiblemente también lo sean.
Solo dispositivos extendidos en el tiempo dan lugar a una emancipación progresiva. Igual que un director novel va encontrando su propio universo a representar y un manejo de la operativa fílmica, las personas deberían poder optar desde siempre a la creación de películas, contando con sitios, técnicos a su disposición y tecnología mínima. No estamos hablando de la enseñanza convencional sino de hacer películas a lo largo de la vida, hacer películas desde pequeños, hacer películas colectivamente, habitualmente.
Y si la práctica nos ha dado experiencia de las múltiples dificultades y conciencia de lo titánico de una tarea como esta en las condiciones sociales y culturales actuales, nos ha dado también la certidumbre de que hoy en día, es totalmente posible, crear, desde una localidad y con sus habitantes, progresivamente, películas que reflejen y produzcan imaginario común.
Una película apenas rompe algún código, apenas moviliza. Solo es el arranque, el encuentro.
Sería como pensar que por formar una cooperativa ya está asegurado el fin del capitalismo que llevamos interiormente, sus operativas aprendidas, sus hábitos, el colonialismo impregnado en nuestras conductas y nuestras formas de pensar.
Pero una cosa más es bueno resaltar. La desactivación de los códigos dominantes cuando se juntan personas no productoras de cine con alguien (o un equipo) que tiene la profesión o el oficio, pues, se comienza a producir efectivamente a raíz de ese encuentro entre quienes saben y no saben hacer películas.
La horizontalidad de nuestra forma de realización, lo hemos dicho otras veces, provoca zonas límites, zonas confusas, hallazgos inéditos, decisiones descontroladas, emergencias estéticas, rupturas formales, contenidos desencajados, que surgen del debate entre una opinión profesionalizada, por decirlo de alguna manera y las personas que no siguen necesariamente los manuales de la creación y que desconocen lo cinematográficamente correcto. Y si bien en un grupo puede salir una historia convencional, tópica, con tintes de género reconocible (melodrama, policial, etc), no siempre eso significa que su realización seguirá los “pasos correctos” que el cine marca. Muchas veces, las personas desconocen los criterios que en el cine se guardan como convencionalismos, lo que se debe o no hacer para que la película "funcione". Muchas veces los participantes van y toman decisiones antojadizas que terminan rompiendo las lógicas habituales del montaje, las propias estructuras o la propia dinámica interna del film.
Que es difícil la desactivación de los cánones dominantes trabajando con población alejada de la producción audiovisual, no cabe duda. Que son necesarios largos procesos de creación con personas y grupos, es inevitable para que comiencen a verse algunos efectos interesantes. Que esa desactivación surge muchas veces del trabajo conjunto entre profesionales y no profesionales y supone una tarea de máxima atención y respeto mutuo para permitirla, es un hecho indiscutible desde nuestra experiencia. Que es necesario rediseñar de raíz todo el sistema cultural y político con que se piensa la producción de cine y audiovisual en general, no nos cabe la menor duda ya.
En eso estamos embarcados cuando nos reunimos con aquellas instituciones que están abriendo la producción cultural a la ciudadanía, timidamente aún y gracias a personas muy comprometidas, pero que hacen un camino de nuevas posibilidades.
Desde el trabajo en terreno, desde el simple rodaje y montaje de una escena hasta la propia legislación audiovisual deben ser progresivamente repensadas, dado el debilitamiento que están demostrando las élites culturales y sus instituciones en hacer algo que cada vez parece más posible, necesario y urgente, al menos para un gran sector de la población: que la producción de la cultura y por tanto del cine, se abra a la participación masiva, horizontal, responsable y celebrativa de cualquier persona, sin distinción.

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