domingo, 20 de mayo de 2012

Cine en el espacio público. Atravesando los muros de la institución.

Mientras nos instalamos en Intermediae-Matadero con la Fábrica de Cine sin Autor, hacemos las primeras salidas de contacto y como siempre empezamos a encontrar historias de las más diversas cuando hacemos, bajo cámaras, las preguntas de arranque de nuestro trabajo: si a usted le permitieran hacer una película ¿qué película haría? ¿cómo la titularía? ¿qué papel protagonizaría en ella?...
Otro día repasaremos la diversidad de temas y personajes que ya empiezan a aparecer.

Queremos detenernos hoy en uno de los aspectos que con el formato Fábrica tenemos la intención de explorar: la relación entre los dispositivos y operativas artísticas, el cine en nuestro caso, la gente y la Institución de Arte.
Algunos de los primeros contactos nos comentaban el conocimiento y uso que hacían del Matadero. Todas las personas conocían su existencia y varias de ellas o bien lo recorren con cierta frecuencia o bien hacen allí alguna actividad. Incluso alguno de los que tienen puesto en el mercado próximo, abastecen la cafetería del Matadero con sus productos, es decir que también lo recorren aunque con otros fines.
Una de las primeras ideas que proponíamos a estas personas era poder seguir o bien ficcionar el recorrido que hacen en uno de esos días en que saliendo de sus casas o su lugar de trabajo atravesaban los muros reales e imaginarios de la institución para relacionarse, de la manera que sea, con lo que allí dentro sucede o puede suceder.
Cualquier institución cultural marca un fuera y un adentro, delimita, reterritorializa el espacio social, pone y opone una valla, un muro real e imaginario al que hay que atravesar para que se produzca el encuentro entre el espacio de arte y el espacio de la vida, digamos, cotidiana.

En esa aparentemente pacífica convivencia entre el acontecer dentro de una institución de arte pública (con su funcionamiento institucional) y el acontecer humano (con su funcionamiento social) queremos detenernos un momento.
Separar estas dos dinámicas, lo hacemos solamente por una cuestión práctica que permita el análisis ya que los dos “aconteceres” son parte de un mismo funcionamiento social.
De todas maneras, sería ridículo pensar que cuando uno entra en un centro artístico de esta naturaleza lo hacemos de la misma manera que cuando atravesamos una plaza o una calle.
En ambos casos “hacemos uso del espacio público” que ha sido creado o habilitado para el uso común de la ciudadanía de a pie. Pero la experiencia y la consciencia sobre ese espacio no es la misma.
En el caso de la institución cultural pública, el uso de lo común, sufre evidentes condicionamientos: desde la limitación de horarios hasta el diseño y el funcionamiento de lo que sucede en el espacio interior institucional. Allí dentro confluyen una serie de actividades administrativas y artísticas creadas y gestionadas por “las personas que trabajan en su interior” con aquellas que “las personas que vienen del exterior” puedan hacer. Entramos y salimos de dos espacios públicos. Lo que cambian son ciertas las experiencias a vivir en uno u otro.
La calle y las aceras parecen más nuestras que una institución cultural.
Puede ser útil pensar esta situación de un doble espacio público como una situación dinámica y creativa que hay que encarar políticamente. Es decir, pensar operativas de conexión, formas de relacionamientos entre los dos espacios públicos para que sintamos esa misma sensación de propiedad.
Si uno entra al Matadero por la Nave de Intermediae, digamos que se encontrará ante un espacio gestionado por un grupo de personas entre las que, desde esta semana pasada, estamos nosotros, el colectivo Cine sin Autor.
Podríamos simplificar (solo para poder pensarlo) y concebir que hay un grupo de gente dentro que piensa y organiza unas cosas sobre ese determinado espacio público (donde ocurre un cierto acontecer artístico) y otra gente (fuera de ese espacio) que no piensa en ello y que va a vivir o solo ver lo que los primeros han preparado allí dentro.
Si bien tanto la acera como el espacio del centro son “espacios públicos”, lo que los diferencia es quienes tienen la propiedad sobre el diseño y gestión de su uso.
Si lo pensamos con respecto a una carnicería o cualquier otro negocio, pues no tenemos dudas: el espacio es de quien lo posea en propiedad y lo que allí suceda lo determinarán sus propietarios. Propiedad privada.
Pero ¿quién tiene la propiedad de diseño, uso y gestión de un espacio público...de Arte si ese espacio es de todos? ¿Se trata de una propiedad equivalente al de la propiedad privada?

Cuando nosotros ponemos en marcha una Fábrica de Cine sin Autor en una institución pública como Intermediae, en primer lugar, no proponemos unas instalaciones solamente sino y sobre un conjunto de operativas sociales de diseño, producción, gestión y uso del Cine.
Planteamos una inclusión social de personas cualquiera en todas las fases de producción y gestión de las películas, vecinos de la acera y de la calle que se mueven en el “espacio público exterior” al centro.
Nuestro plató, es el barrio que rodea al Matadero, sus gentes y su paisaje. La reterritorialización del espacio que hacemos desde lo cinematográfico concibe el territorio de donde emergerán las películas como el mismo “espacio público”. Operamos sin distinción tanto en el “espacio institucional interior de la nave de Intermediae como en el de la acera y la plaza”. En cada espacio de lo público haremos diferentes partes del proceso.
En el plató, generalmente se hace la fase de Pre-producción (fase de encuentros sociales con la gente) y la fase de rodajes. En el interior de la institución armaremos nuestro “Estudio Abierto”, es decir, una especie de sala de coordinación de reuniones, montaje y producción del material. Cualquier fábrica tiene unas oficinas de coordinación desde donde se coordina la planta. Pero las oficinas no son la totalidad de la fábrica.
Comprender ese territorio del cine, ese plató vivo y cotidiano como el lugar de donde hacer surgir las representación fílmica, supone que atravesar la puerta del Matadero no sea más que una anécdota sin importancia que hacemos con la naturalidad con que atravesamos una calle. Hay horas en las que como “operarios al servicio de la gente” estamos en el plató, en una calle, en una plaza con unos jóvenes, en el mercado, como estos días pasados y hay horas de la jornada en las que vamos a la sala de coordinación a descargar material, montar, hacer tareas administrativas y otras tantas cosas.
Como operarios de esa Fábrica, por razones políticas y metodológicas, nos ubicamos en ruptura con esa diferenciación social de “casi propiedad” entre los que sí producen y gestionan “el acontecer artístico del centro y los que no”.
Esto no quiere decir que sea fácil. Varias de las personas a las que le proponíamos participar como directores y protagonistas de sus películas ponían de manifiesto el “muro imaginario” de la producción cinematográfica: “pero es que yo no sé, yo nunca hice una película, ustedes son los que saben de eso, iré a ver cuando lo pasen...”
¿Iré a ver? decimos. No, necesitamos que usted venga a la sala de coordinación a trabajar con nosotros porque la película es suya, nosotros somos operarios una fábrica que está a su servicio y si usted no viene no habrá película.
El problema fundamental se produce en su imaginario ya nunca se han imaginado fabricando y gestionando películas en un espacio de producción del Matadero.
Se hace difícil romper ese imaginario sobre la producción y la institución artística en “casi propiedad” de los que allí dentro operan, porque supone romper con la dinámica social-cultural que heredamos sobre los usos de estos espacios públicos.
La función social de cualquier creador (generalizamos), está habitualmente fundada en criterios de propiedad: el artista diseña una cosa que la considera suya, tiene las decisiones sobre su producción, establece las reglas de juego de su uso y tiene la propiedad sobre la gestión e incluso sobre el beneficio, aunque este sea experiencia profesional.
Cuando hablamos de romper nuestra función de realizadores de cine, es porque nos proponemos romper nuestra propiedad sobre la forma de fabricación y uso del espacio público institucional.

Es una declaración de intenciones que más bien nos desafía a tener que destruir nuestros hábitos para producir de manera distinta. A la vez, necesitamos que se vayan resquebrajando tanto el imaginario social de la gente como el de la institución pública acostumbradas más bien a una separación de funciones entre los que producen y gestionan el Arte y el resto de la población que ni produce ni gestiona obra artística alguna.
Otro de los aspectos en contra nos lo decía la propia gente. Un vendedor del mercado nos respondió entre risas que él haría y protagonizaría una película de mafiosos y gangsters ambientada en Italia y que tendría unos colegas dispuestos a acompañarle. Y creemos que lo haría. El problema es el tiempo social, su tiempo disponible tan apegado a la vida, que nunca es igual al tiempo de producción de los realizadores. Debemos adaptarnos, esperar, encontrar el momento, crear las condiciones, pensar y trabajar con el imaginario de las personas para avanzar en la construcción de un imaginario común.

Que gente cualquiera se llegue a plantear con total naturalidad la participación activa en la fabricación y gestión de sus películas es el desafío reiterado que en cada experiencia vuelve a aparecer. La Fábrica de Cine sin Autor no es la excepción.
Recién hemos comenzado y han sido unos primeros días de mucha intensidad. Nuestro objetivo está lejos de nosotros aún. Si se cumplieran, ya no seríamos necesarios.

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