domingo, 17 de febrero de 2013

¿Cómo NO HACER UN BUEN PAPEL ante las ruinas? Cine, dictadura institucional mercantil o prácticas democráticas desde la precariedad.


La semana pasada, en el encuentro de Valencia que mencionamos, uno de los participantes al que le costaba encajar la idea del “sin autor”, en un momento de descanso en que abundábamos en  la explicación dijimos que “estamos por una democratización total del cine”. Fue allí que nos contestó: “aahh, si me lo explicas así lo entiendo todo, claro, ahora lo entiendo... es que lo del autor...”.
No es la primera vez que pasa esto y la pregunta que nos surgía es ¿ por qué no se conecta con facilidad la noción de desactivar al Autor con la democratización de la producción de cine o de la cultura en general?
A pesar de que solemos explicar que la noción de Autor para nosotros no refiere a las personas sino a su operativa sobre  quien o quienes ejercen la autoridad y la propiedad sobre las decisiones y los beneficios o efectos de las películas, es una idea que se toma con mucha dificultad o se la comprende de inmediato y no deja lugar a duda. Sobre todo la comprende quien se embarca a hacer Cine sin Autor, a vivirlo.
Democratizar la producción cinematográfica indisolublemente  unida a la desactivación de la forma de ejercer esa función de Autor, esa propiedad en exclusiva de la autoridad.
Pero luego pensábamos que éste desentendimiento no es un problema puntual. Hace algunos años cuando hablábamos de estas cosas no se entendía tan clara la dimensión colectiva de la forma de producción que planteamos. Ahora se ha vuelto más entendible. La necesidad de horizontalidad, de inclusión, de participación, de colectivización de la producción son muy próximas en una buena parte de la población. 
Quizá porque es reflejo de una sociedad que se ha polarizado radicalmente entre el funcionamiento dictatorial y mercantil de las instituciones y una urgencia social de democratización que está en la calle. Depende donde uno hable se entiende o no.
Desactivar al Autor para democratizar el cine. Desactivar a los que ejercen la autoridad y la propiedad para democratizar cualquier asunto que nos concierne.
Quizá sea lógico en el contexto actual la dificultad porque se trata de romper con el individualismo, (la dictadura es muy autoral siempre), en aras de sumergirse en una operatividad colectiva, en prácticas democráticas, tan emergentes, reivindicadas y necesarias hoy día.
Por lo que contaban por allí, parece que la cultura está más que atravesada por esta división. Institución es igual a dictadura mercantil que sirve a intereses casi siempre ocultos en algún despacho. La gente, pide a gritos una democracia que sea real y le permita sobrevivir, o en su defecto, no morir en la miseria o no matarse de desesperación.
Un compañero de aquel encuentro comenzaba su exposición diciendo que ese mismo día tiraban a unos cientos de personas del Canal Nou. Un ERE más mientras nosotros  nos disponíamos a hablar del cine por venir... Otra vez, la dictadura institucional mercantil, irracional y perversa y unos locos hablando del cine futuro pero en la misma institución pública. Menuda y continua mezcla. 
Aquí por nuestros lares, los efectos de la dictadura institucional mercantil bajan como un cáncer por las paredes del castillo cultural. 
Pensar en democrático se vuelve descabellado (y eso que es gratis pensar) en mitad de una dictadura. Es más viejo que el agua pero aquí en España aún se asombran. Lo que debería ser descabellado se vuelve normal y lo democrático disonante, molesto, reprobable, odiable. 
Decíamos la semana pasada que toda esa estructura del mercado del cine es como un castillo encantado sin sustento alguno y con muy pocos de los viejos habitantes. Y la institución cultural parece otro tanto: un castillo por donde deambulan unos fantasmas que en otro tiempo decidían algo, tenían autoridad para algo y que ahora se ven obligados en muchos casos a encargarse del puente elevadizo, de acomodar el mobiliario, quitar las telarañas y cuidar las plantas del jardín interior, oficios para los que antes habían otros encargados, antes de los ERES. Gente responsable que aún trata de conservar sitios con oxígeno en mitad de la asfixia del castillo.
Esta convivencia entre lo dictatorial y lo democrático que atraviesa toda la sociedad también la vivimos haciendo nuestro cine. Con la gente, lo hacemos y disfrutamos sin mucha explicación. En el  castillo  desencantado todo son  claves inentendibles, silencios mortuorios, sutiles histerismos mercantiles, ecos de oficinas ocultas que se replican sin cesar y sin sentido alguno. 
Un nuevo colaborador arribó a nuestra peli Locura en el colegio, luego de 5 años de trabajar en el formato dictatorial de uno de las grandes productoras de este país y habiendo trabajado en una de sus series más exitosas (que no mencionamos, obviamente). Sus relatos de la dictadura en producción no tienen desperdicio. Llegó a nosotros para respirar el oxígeno de hacer cine con niños y hacerlo democráticamente.
Dos de los participantes que respondieron a la convocatoria de la película Vida Fácil, llegaron con la misma inquietud de vivir otra forma de realización viniendo  de trabajos de funcionamiento vertical.
Se trata de dividir aún más.  Lo democrático revitaliza y lo dictatorial vuelve todo cancerígeno. Dos mundos que se han polarizado hasta ponerse. El de arriba y toda su defecación hacia las estructuras institucionales y sus macacos confundidos. Y el de abajo y toda la necesidad de la vida que quiere sobrevivir o, casi un lujo, vivir. Una simplificación que hacemos, claro, pero así nos entendemos.

La institucionalidad cultural parece tener claro que la gente seguirá como siempre o aún peor, figurando de extra en eso que ha venido a llamarse la “creación contemporánea” o el “mundo de la ¿Cultura?”. Lo cínico es que en el discurso oficial se atreven a hablar de mecanismos democráticos y participación. 
Quienes creamos este Colectivo,  si sumamos los años de cada quien, andamos cerca de los 160 años ya, es decir, que somos muy viejos y hemos visto mucho. Tanta perversidad no podrá sostenerse.  Uno tiene que decidir si seguir trabajando para el futuro aún conviviendo con los fantasmas del castillo.   El desafío político de los movimientos sociales o cualquier intento de autonomía tienen, tenemos, un camino difícil pero saludable: crear nuestras propias formas de vida y producción, o como diría Rancière , su propia temporalidad. La cual no es una temporalidad del Estado o de las elecciones, sino que significa, también, que tengan sus propios objetivos e idealmente sus propios colegios, su propia prensa, su propia universidad. Más ampliamente, sus propias formas de discusión, información y formación“.
Nosotros agregamos lo que tenemos claro, “sus propias fábricas de cine”.
Entre tanto  cinismo apresurado, discursos vacilantes y toda clase de intoxicaciones venida del territorio de la dictadura institucional mercantil y sumada a la precariedad que nos aqueja, hay que seguir pensando en ello. Es la potencia que cultivar. Los lazos, la propia red, el creación de suelo propio, la ampliación progresiva de una colectividad donde nos una lo que nos une: una forma de entender la vida y de producir las cosas necesarias para ella, juntos.

Vale hacer este esquematismo entre lo dictatorial y lo democrático, más que nada porque son en definitiva territorios que interiorizamos, zonas de nosotros mismos que debemos combatir en nosotros mismos y dónde radica el verdadero dilema de nuestra libertad.
Porque esa dictadura institucional mercantil nos lleva a lo que Tiqqun bien describe  en el Bloom, al “sentimiento de una existencia inauténtica, de una vida facticia...Entonces ensayamos la evasión, nos proyectamos cada vez más violentamente hacia fuera, lo más lejos posible de esa espantosa tensión interior”. Y ante tal vaciamiento, siguen, “es preciso disimularlo, adherirnos a nuestra identidad social, seguir siendo extraños a nuestro extrañamiento. HACER UN BUEN PAPEL, ante las ruinas... ya no es tiempo de hacer literatura con las distintas combinaciones del desastre”.
Eso es lo cancerígeno que se nos ofrece desde la dictadura institucional mercantil. Nosotros hacemos y seguiremos haciendo Cine sin Autor para, al menos, ir creando entornos de imaginación que no sean una “puras combinaciones del desastre”, una pura repetición del sin sentido.
Ensayamos, practicamos, pensamos, nos equivocamos, retomamos, vivimos momentos increíbles, nos gritamos y nos disculpamos, rodamos, nos sumergimos en niños y niñas de 9 años,  en jóvenes que repiensan sus vidas,  en un grupo de vecinos, en visitas que pasan, debatimos horas sobre un montaje, estética, sostenibilidad, salimos a la calle, nos reímos lo suficiente, comemos juntos para digerir malas noticias, sobrevivimos intensamente con la intensa amenaza de la precariedad, nos preparamos para el regreso de Erica desde Italia, de Nico de Argentina, recibimos noticias Toulouse y así seguimos a la sombra del castillo desencantado. Desencantado él, claro. 

Dictadura insitutucional introyectada o prácticas de democratización. La precariedad es el lugar de lo común en estos momentos para muchos y muchas. Hemos presenciado esta semana la manifestaciones de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. No es casual que la atención, reacción y organización en torno  a un tema crucial como la expulsión de la gente de sus viviendas haya ido constituyendo uno de los colectivos más firmes, eficaces y masivos contra el despropósito de la dictadura mercantil. 
Es la necesidad de sentirnos arropados, de buscar instintivamente dónde y con quien defendernos de las agresiones y con quienes construir otras formas de ser, de organizarnos, de crear, de producir.
Quien no lo consiga, parece abocado a quedarse en la angustiosa soledad de solo HACER UN BUEN PAPEL ante las ruinas...de hacer de su vida unas meras combinaciones del desastre. Y es verdad, es verdad que ¡ya no es tiempo!

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