domingo, 24 de marzo de 2013

El Cine fuera de sí. La nueva gente del cine en tiempo-histórico-presente.


En la era en que todo cristo filma,  quizá más que nunca habría que recordar que lo importante no es filmar sino la elección de qué filmar, el pensamiento alrededor del registro.
Tomamos el móvil sin más, por ejemplo, atendiendo a esa típica reacción ante algo que nos llama la atención o vemos necesidad de documentar.  Le damos al rec. Lo miramos con rapidez constatando que “lo tenemos”, que el hecho está ahí como sonido e imagen. Le damos a guardar si no se ha guardado ya y satisfacemos así nuestra dosis de videofagocitación instantánea.
Si a ese mismo gesto le agregáramos durante  un momento una dosis de detenimiento antes de darle al rec, si pensáramos realmente qué, cómo, para qué, desde qué momento y hasta qué momento vamos a hacer la toma. Si pararámos un poco la instantaneidad a la que nos somete el hiperconsumo de aparatos, y pensáramos qué haremos con eso, si lo vamos a unir a otras imágenes, si pertenecerá a una narrativa, si lo exhibiremos  cuándo, dónde y a quién, nos enfrentaríamos a casi todos los asuntos del cine.
Porque el cine comienza ahí donde una cámara se introduce. Lo aceptemos o no, si no hay cámara no hay cine posible si obviamos la imagen creada virtualmente. Si se enciende una, del tipo que sea y donde quiera que sea, el cine ya está aunque todavía no esté ahí.
Pero las cámaras no andan solas, ni se acomodan en uno u otro punto de un espacio con pose observadora. Alguien porta la cámara y en ese momento la cámara es el ojo pasivo y automático de su portador: “Cualquier documental, mío o de otro, sea del estilo que sea, es arbitrario, parcial, prejuicioso, selectivo y subjetivo. Nace, al igual que la ficción, de tu elección” diría Frederick Wiseman, que se internaba en sitios por períodos de tiempo a dejar que la realidad que elegía atravesara su cámara y luego trabajaba el material en la sala de montaje como “una conversación consigo mismo” según decía.
Pensar con la cámara en la mano. 
En nuestro equipo hay gente que viene del trabajo documental y otros que vienen de la ficción. Y aquí tenemos intensos debates justo antes y después de grabar que se prolongan a la hora de montar y continúan. 
Se nota la procedencia y formación de su portador cuando graban. La cámara documental, en realidad, no sale de su yo y desde ahí crea narrativa con las imágenes. Es su hábito y termina creando una discurso propio sobre lo que ve. Un making of de una reunión o un rodaje, por ejemplo. Es su propia versión de los hechos. Interesante, sublime o intrascendente. Pero siempre vemos sus intereses y gustos.  
La cámara de ficción, aplicará sus conocimientos adquiridos para montar lo pactado, como siempre. En principio no habría problema. Alguna subjetividad ha propuesto antes aquello que va a suceder y el cámara filmará eso y el montador también buscará montar la misma cosa. 
Pero ¿qué es lo que esencialmente buscan grabar las cámaras de Cine sin Autor? o ¿que deberían al menos ya que se convierte en lo más complicado de la mecánica?
La mirada documentalista tiene ante sí a un grupo de personas que está imaginando las escenas de su película o las está rodando y dispara según sus intereses del momento. El cámara de ficción espera la puesta en situación y graba lo que le propone el grupo que está imaginando la película. Esos serían sus usos normales.
La cámara de ficción, si ya estamos en rodaje, tomará decisiones sobre lo específico de los puntos de cámara, el cuadro, el enfoque, etc que ofrecerá al resto del grupo y si hay acuerdo, que generalmente lo hay, rodará la escena.
Cuando montamos esa ficción y tomamos decisiones antes de devolver el material a debate, ocurren una variedad de posibilidades. Generalmente optamos como primer criterio para devolver un montaje, que se parezca lo más posible a una “escena sin errores”. Eliminamos los momentos que para el lenguaje cinematográfico pueden parecer equívocos. Nos interesa que vean cómo el montaje, como todo montaje de cine, puede devolverles de una improvisación o una puesta en escena en principio amateur, la apariencia de una buena interpretación profesional. Y aunque luego veamos los brutos y decidan,  otros montajes posibles, como suele pasar, nos valemos de las técnicas del montaje cinematográfico para demostrar que cualquier persona, con un entorno favorable a sus intereses, puede  imaginar y protagonizar una escena de cine.
Evidenciar sus errores genera siempre debate, porque puede derivar en reafirmar que no logran alcanzar niveles interpretativos adecuados y consistentes cuando  sabemos de sobra que el montaje profesional, oculta permanentemente errores, tomando como error, todo aquello que no quiere ver la autoridad que decide lo que quedará en la película.
Ahora bien, el asunto más complejo en el Cine sin Autor y más interesante, no consiste en que estos dos registros, documental y ficción, funcionen divorciados según su funcionamiento habitual.
Primer asunto. En el Cine sin Autor,  la subjetividad que dice qué filmar y cómo, no está ni en el documentalista ni en el cámara de ficción. La autoridad imaginativa, la subjetividad creadora,  está en la propia gente que imagina su película. El antiguo sujeto que filmaba y filma el cine. Y esto es determinante para cualquier profesional que hace Cine sin Autor porque lo que buscamos registrar  es una crónica de  esa persona cualquiera que está creando.
Cuando grabamos con cámara documental, estamos registrando a un sujeto que está  debatiendo, proponiendo, explicando, discutiendo con otros  la propia película que están creando. Es el primer interés de registro. No se trata de lo que se nos venga en gana según nuestra subjetividad de cámara documental, sino lo que es útil para el proceso, sabiendo que la subjetividad creadora está “fuera de nosotros” y “fuera de quien es el cine hasta ese momento”.
Cuando es la  cámara de ficción, ésta recibe órdenes y busca consensuar su forma de operar con el propio sujeto que pone en escena e interpreta las acciones. Como si quien dirigiera la puesta en escena fueran los mismo actores y no el director. No es el imaginario de   “las personas del cine” sino el de las que hasta ese momento no lo son.
Por eso el Cine sin Autor es el retrato del Cine fuera de sí, es decir, fuera de sus habituales creadores. 
La función y autoridad creadora del cine “profesional” se desplaza hacia “el Otro” y  los secretos de su ingeniería  se ponen al servicio de “ese Otro”, ajeno a su producción. Serán las propias operativas del Cine sin Autor, las que irá transformando a las personas, ya no, en objeto del cine, sino sujeto productor del mismo.
Por eso a quien viene del mundo profesional le supone una renuncia de su mirada para lanzarse a convertirse en una mirada dirigida por “esa gente de fuera del cine”. Y no siempre es fácil.
La cámara documentalista en manos aún del profesional, en sesiones de Cine sin Autor, debe dejar testimonio de la emergencia de las ideas de cine desde sus gestores inhabituales, porque ese es el hecho inédito.  Registramos justo ese viaje que nos lleva a captar al “Otro” elaborando, debatiendo, discutiendo, dibujando, enunciando las ideas que quieren ver en la pantalla. Documentamos de un rodaje, la manera en que “esa gente de fuera del cine” elabora, interpreta, protagoniza los asuntos del cine. 
Estamos permitiendo aflorar un nuevo sujeto productor de lo fílmico y queremos retratar quién es, cómo funciona, cómo crea en colectivo y qué es lo que crea. 
Si nos atenemos a aquella tesis neorrealista de Cesare Zavattini como programa de intervención social en que “como el sudor de la piel permanece pegado al presente” y que como actitud moral trata de acceder al “conocimiento de su tiempo con los medios específicos del cine”, seríamos coherentes si decimos que en el Cine sin Autor, el conocimiento de nuestro tiempo pasa por retratar al Cine fuera de sí, al nuevo sujeto productor de cine y  a sus propias creaciones.
Porque si hay algo obvio para nuestro tiempo es justamente esto, que el gran y mayoritario flujo audiovisual del mundo, ya no está en el sector que hacía y pensaba el cine en solitario. Estamos en un tiempo en que la gente común puede y se organiza para crear el cine.
Cuando insistimos en crear una colectividad de cine para cada película, al fin y al cabo, es porque una película de Cine sin Autor es eso: el retrato de un presente histórico, de cuando la gente cualquiera toma la oportunidad que se le brinda para encontrarse y ocupar activamente a un Cine fuera de sí.

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