domingo, 3 de marzo de 2013

Nostalgia del Nickelodeon y el mensajero del otro cine.


Miércoles 27. Evento mensual de la Fábrica de Cine sin Autor en la sala B de la Cineteca de Matadero Madrid. Debatimos con el acomodador de la sala. Hay 70 butacas pero seguro seremos más. Aparte habrá gente del equipo grabrando. Luego se generará un intercambio entre quienes participan. Protagonistas, equipo, público extraño. Es una exhibición de Cine sin Autor.
El acomodador cumple con su trabajo: cuando se repartan las 70 entradas se cierra la sala y no se permite entrar a nadie. Tampoco se permite a nadie estar de pie y menos grabando. Si viene una inspección se nos cae el pelo.
Resultado. Unas cuantas personas se quedan fuera del evento, niños, amigos y amigas que venían de lejos, personas mayores que ya habían venido al arranque de enero y querían saber como seguían las películas. 
Aparte, habiendo muy poca se hacía difícil obtener buenas imágenes para los intercambios y debates.
Conclusión. Parece que tenemos problemas con el formato en una sala como ésta.
Pregunta: ¿Tenemos un problema nosotros, el protocolo de la sala, el acomodador o el modelo de cine?
Alguien preguntó ¿por qué queremos hacerlo allí si no hay buenas condiciones? 
Respondemos: Las condiciones para ver son óptimas y por eso nos parece importante que la gente vea en una buena sala y con optima calidad los materiales que están realizando, que vivan una vez al mes la experiencia en una sala oficial y que el público ajeno aún a la Fábrica participe, se entere y se involucre, como empieza a suceder. Queremos, además, que una sala acoja otro tipo de cine compartiendo sus buenas condiciones técnicas.
La formalidad que nos antepone el acomodador de la sala es lógica. Nuestros argumentos también.
Podría ser un simple problema de aforo y organización, cierto. Pero también creemos que esconde dos modelos de exhibición.
El acomodador, por algún motivo y sin pretenderlo, nos retrotraía a la historia y reflexionábamos sobre cómo las salas responden a un modelo de producción orientado exclusivamente a la exhibición como momento de contacto social con las personas ajenas a su producción. Algo así como el mensajero del otro cine.
Nos venía una rara nostalgia de aquellos relatos de los “Los nickelodeons - que cuenta Gregory Black  en Hollywood censurado- salas situadas en la planta baja de un edificio -mal iluminadas, lúgubres y sin ventilación- abarrotadas por un público compuesto de hombres, muchachas obreras solas, hordas de niños también solos y familias enteras... que funcionaban sin parar desde muy temprano por la mañana hasta última hora de la noche. Al no haber horario, la gente entraba y salía en cualquier momento: después de hacer las compras, a la salida del trabajo, los domingos... todo a precio de un nickel o moneda de cinco centavos”. Cuando “La nación, según el Harper’s Weekly, sufría el delirio del cine”.
Recordábamos esos ambientes más bien informales y populares y cómo hacia los años veinte  “el nickelodeon había sido sustituido por enormes palacios que tenían cabida para miles de personas -donde- ir al cine era casi como ir al teatro o la ópera. Los espectadores se encontraban con grandes vestíbulos ornamentados, a menudo decorados con obras de arte importadas y dotados de acomodadores y acomodadoras corteses, eficaces y uniformados que los acompañaban a sus butacas...”
Es esa sala oscura, con sus protocolos, la del cine que hemos conocido. Si bien en sus primeros años, había sido  un acontecimiento lleno de informalidades, años después sus salas se transformarían para dar acojida a otra clase social, más rentable,  con otras necesidades y que hasta ese momento tenía muchos reparos para asistir a las proyecciones. 
Estas cosas se nos venía a la mente cuando nuestro acomodador -también cortés y eficaz-  nos alertaba: si viene una inspección se nos cae el pelo. ¿Qué quiere decir? nos preguntábamos. ¿Serán los ecos de aquel histórico “incendio del Bazar de la caridad” parisino en 1897 que cuenta Noël Burch y que marcó el miedo de las clases altas por asistir a las salas? ¿Será el fantasma de clase que aún se traslada a las inspecciones de hoy? Seguro que no, pero ¿ que comprobaría la misteriosa inspección?  ¿impondría una sanción por encontrarse a niños, jóvenes, familias sentados en el piso o acomodados fuera de los asientos mirando atentamente la pantalla o debatiendo las imágenes? Posiblemente sean éstas cuestiones de seguridad las que aterraban al acomodador que cumplía el protocolo. 
De todas maneras, sean los nickelodeons o las salas burguesas, éstos lugares fueron creados para “ver” cine y no para sesiones abiertas en torno a la pantalla sobre películas que se están haciendo. La misma disposición de asientos o butacas impide todo diálogo. Otras experiencias de exhibición han experimentado con la disposición de los espectadores pero en general no hay sala que suponga la posibilidad de un sistema asambleario de relación con la imagen.
Saben nuestros lectores y lectoras que nuestro trabajo se basa en popularizar, democratizar la producción de cine y que aglutinamos gente para debatir las películas en proceso y poder intervenirlas. Es la tarea diaria.
A lo largo de estos años hemos hecho exhibiciones en colegios, en casas particulares, en asociaciones, en institutos, en casas okupadas y hasta en algún bar de barrio donde los clientes-protagonistas se miraban a sí mismos en la pantalla, mientras el dueño del bar, protagonista también del documento, seguía a toda máquina sirviendo copas y tapas y pegando saltos ante la aclamación de los espectadores cada vez que salía en escena.
Pero la Fábrica de Cine sin Autor opera hoy en un centro de creación contemporánea como Matadero y exhibe una vez al mes en las salas muy bien dotadas de su Cineteca.
¿Nos habremos aburguesado nosotros también? podríamos preguntarnos.
Sabemos que no. Porque este es un evento al mes que exhibe resultados de un cine hecho todos las semanas en un colegio de Embajadores, en la calle, en alguna nave, en el propio plató de la Cineteca, en casas de gente, en las calles y  en cualquier sitio del Plató-Mundo.
Pero nos importa mucho que este cine invada todos los territorios, no por algún empecinamiento nuestro, que también, sino porque es obvio, que el cine está produciéndose y proyectándose en cualquier parte ya y que las salas oficiales acondicionadas para un tipo de visionado corren peligro de convertirse en los pequeños museos de un antiguo ritual si no aciertan a llenarse de la frescura del siglo.
El viernes estábamos en plena sesión en el colegio Legado Crespo cuando unos niños se acercaron con su maestra para plantearnos una queja: Sí, comentaron, queríamos saber por qué el otro día no pudimos entrar.
No les íbamos a soltar este rollo de que había habido un problema histórico con el acomodador de la sala sobre modelos de cine, claro, así que les pedimos disculpas y les comentamos que fue un mal entendido.
Igual disculpas ofrecemos para el resto de gente que se quedó fuera.
El protocolo habitual resolvería este altercado de manera sencilla: si hay más gente que lo demande, hacemos otro pase y listo.
Y eso es “lógico” para una “lógica”. Cuando no hay más que el automatismo de ver y una obra acabada que volver a proyectar, todo es facilmente manejable, repetible.
Pero cuando concebimos el cine como un “acontecimiento de producción social” casi continuo, una exhibición como esta no es socialmente repetible. Sería como si quisiéramos repetir  una boda o un partido de fútbol porque hay gente que no llegó a la iglesia o al estadio. Quizá, sí, quisiéramos recuperar para una sala, el ambiente de aquel primer Nickelodeon, popular y lleno de informalidad. Vivir en una sala lo que hacemos en muchos otros ambientes donde la gente participa, ve, discute, se graba, se vuelve a proyectar un trozo, se debate. A eso viene la gente que se empieza a acercar al evento mensual, a vivir “ese acontecimiento” en torno a un cine que se está haciendo. 
El desacuerdo con el acomodador, es una excusa para seguir pensándonos y porque es bueno ser conscientes de que nuestros pequeños hábitos de ver y hacer el cine, no son inocentes, sino que responden a nociones muy profundas de como lo hemos vivido, cómo nos lo han mostrado y  cómo se ha producido. 
Ya nos organizaremos mejor. Ahí nos quedamos para la próxima donde esperamos ser más eficaces en la apertura e intentaremos que los protocolos de “la tranquila sala oscura” se rompan, se refresquen y se dejen habitar, al menos de vez en cuando, por ese otro cine que ya se produce y se proyecta en cualquier parte y en abundantísimos rincones de ese gigantesco  Plató que es el mundo.

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