domingo, 17 de marzo de 2013

Viaje inseguro hacia la imaginación infantil. O ¿cómo filmar la “locura” de un colegio?


Si uno le pregunta a unos casi treinta niños ¿Y tú qué película harías? y responden queriendo ser vampiros,  princesas, algunos detectives, fantasmas,  zombies, un lobo, algún enano y hasta uno que dice querer ser una persona normal, pues sabe que comienza un viaje a lo desconocido.
Así vamos con la experiencia de película en el colegio Legado Crespo de nuestro barrio, en la que hemos abordado en cada sesión de guión o rodaje diferentes maneras de acceder a lo que escondía ese primer título: Locura en el Colegio. Primero con la palabra y el diálogo, luego con dibujos de unos particulares autorretratos que luego transformarían en el retrato de su personaje, luego con un pequeño cómic con el que nos aproximamos a las acciones que deseaban plasmar y que agrupados por la relación de sus personajes en unos 5 planos que podrían conducirnos a las escenas. Así se agruparon.
Grupo1. JUSTIN VIBORA
Compuestos por 3 vampiresas y 2 princesas

Grupo 2. LAS CINCO AMIGAS DIFERENTES
Compuesto por 1 hada 2 vampiras y 2 princesas 

           Grupo 3. LOS MOLONJIS 
2 vampiros, 2 detectives, 1 niño normal, que se quedó así porque durante la transformación estaba en el baño

Grupo 4. VAMPIREANOS
3 vampiros y 1 enano 

Grupo 5. LOBO / FANTASMA / ZOMBIE 
3 fantasmas, 1 lobo, 1 zombie 

Y uno se pregunta, ¿qué se puede hacer con eso?
Digamos que son  los indicios fragmentarios de un mapa fantástico. Pero posiblemente aún, de una fantasía que toma, mirado colectivamente, personajes de la fantasía ofrecida por el mundo de los adultos. Casi seguramente ninguno de nuestros protagonistas se ha encontrado en la vida real con vampiros, zombies, princesas, hadas. Quizá algún detective si algún familiar ejerciera ese atípico trabajo, quizá alguna persona enana que puedan haber visto o conocer. 
Los niños y las niñas viven en el mundo de los adultos y no al revés. En realidad, no es difícil suponer que no nos atreveríamos, los adultos, a vivir en un mundo creado y organizado por los niños. Posiblemente ni siquiera por adolescentes ni por jóvenes.
El imaginario de los niños está en la mayor parte de los casos contenido, influenciado, aconsejado, anticipado, cuidado, reprimido, estimulado, acorralado, intermediado, interceptado por el mundo adulto. Es inevitable.
En realidad tal como diseñamos la sociedad estamos a prueba en los centros educativos hasta bastante pasados los veinte años, por alrededor de un tercio de nuestra vida. Algo sugiere o impone, que recién estaremos preparados para la vida al final de esos estudios. ¿Para qué vida? se pregunta uno.
Hay mucha literatura, cine, juguetes, videojuegos y todo lo que podamos imaginar, para explicarles, sugerirles, mostrarles, enseñarle a los niños y niñas, este mundo que vivimos. Pero no abundan las obras hechas por niños, diseñadas y gestionadas por ellos. O a lo sumo, todo lo que producen, estará aprobado o desaprobado por el juicio, los valores, la calificación, el carácter, la conducta de nosotros los adultos. El dibujo de un niño no es una obra, es un ejercicio de obra que a lo sumo se expondrá en su aula o en su colegio. Los dibujos de Picasso de la etapa senil, creados con la misma libertad que la de los niños sí, son obras de arte. El mundo adulto determina que uno merece el estatus de obra y el otro de simple e insignificante ejercicio de aprendizaje.
De hecho, en el equipo bastante numeroso de Cine sin Autor que cada semana vamos a hacer un tramo más de ese viaje inseguro hacia su imaginación, tenemos encendidos debates sobre como abordar la pregunta más crucial de nuestro cine: ¿qué hacemos para que expresen, protagonicen y dirijan su propia película?
Encendidos debates, otra vez de adultos, sobre dinámicas, estética, técnicas de rodaje, de montaje, formas cinematográficas, y aún así, continuamos teniendo entre las manos un universo que no aflora, aún. Porque los vampiros, los zombies, los fantasmas, las hadas, las princesas que aún nos exponen estos casi 30 niños, no son más que representaciones que han visto en la pobre, aunque sea espectacular, fantasía que los adultos creamos ¿para ellos? o ¿para lo que imaginamos que son ellos y que pueden necesitar para desarrollarse?
El viernes se disfrazaron todos de sus personajes. La escena es muy simple. Están en el aula al comienzo de una clase con sus vestidos habituales cuando el niño que ha elegido ser normal, interrumpe pidiendo permiso para ir al baño. Sale y cuando vuelve, se da cuenta que todos los compañeros se han transformado. Al ver aquello se suponía que ponía cara de susto mientras una cámara tomaría su primer plano. Pero en vez de permanecer unos segundos haciendo la mímica el niño salió huyendo desaforadamente. Mientras, la maestra también tomada en primer plano, se asusta al darse cuenta que todos habían sufrido una mutación.
Este guión había sido pensado también por algunas personas del claustro docente, adultos, en colaboración con los niños. Quizá seguimos aún en la copia de la fantasía adulta aunque sea asumida por ellos. Colmillos, capas, gorra de detective, sábanas de fantasma... y cuando todo estuvo listo, minutos de griterío improvisado entre acción y corten. Se habían transformado. 
La “locura en el colegio”. Mmm. Bueno... podría ser. Aunque solo el título, si nos lo tomamos en serio, es decir, con profundo humor, podría empezar a conflictuarnos. ¿Qué significa que haya un brote de locura en el sistema escolar, hoy? ¿Qué considerarán nuestros personajillos que es un estado de locura? Porque la situación generalizada de la educación española, justo hoy, es una verdadera locura, si entendemos por ésta un estado de sin razón, una ruptura con con lo acordado socialmente, con lo acostumbrado. Un estado bastante demencial fabricado por un grupo reducido de gentuza que han decidido acabar con lo que había sin ofrecer a cambio nada socialmente saludable.
¿Qué alguien normal se transforme en princesa o en vampiro es una locura? La última vez que en este país vimos convertirse en princesa  a alguien, fue a una simplona periodista de informativos de televisión elegida por el príncipe borbón para ser desposada, desde su control remoto. Eso sí que es una transformación. Pero seguramente que nuestras niñas no estarían pensando en las implicaciones políticas que una mutación de tal calibre supone. Sobre todo porque una superproducción de esa magnitud requiere millonarios presupuestos. Y no los tenemos, al menos para nuestra película. Pagado está el gasto (I)Real de aquel acontecimiento.
¿Quién ha puesto la palabra locura en el título de una película de niños? A esta altura no lo sabemos pero sabemos que allí está como desafiante, cómo subversiva, como potencial posibilidad de la sinrazón que puede, que quiere, que debería aflorar en el funcionamiento habitual de un colegio? 
Pero ¿no seremos los adultos los que necesitamos un rapto de locura ante tanta sinrazón que se nos quiere ofrecer como razón política? Quizá. 
Los niños son en sí mismos la mayor sinrazón que podemos vivir. A veces, cuando los tenemos en frente, da la plena sensación de que ellos no necesitan ninguna transformación hacia la locura y que nosotros somos los cuerdos que haremos lo posible porque no nos lleven a su mundo emergente, porque no nos desborden con su salvaje inocencia. Quizá por eso les introducimos en  historias de  vampiros, lobos, zombies y princesas que al final nos inventamos o mantenemos interesadamente nosotros mismos. Deberíamos preguntarles más seriamente a nuestros protagonistas y directores en qué consiste la Locura y cómo se representa... fundamentalmente porque necesitamos filmarla. 
¿No será la locura el hecho mismo de haber metido las cámaras en un colegio porque su director nos haya invitado y que los niños y niñas hayan aceptado? ¿No será una locura, una sinrazón, la propia introducción de una operativa totalmente extraña a la vida de un colegio como lo es el cine?¿Estará loco el director que ha querido brindarles a un grupo de niños y niños una verdadera aventura y les dispara el interés?
Si debatimos intensamente en el equipo es porque debemos reinventarnos técnicamente en cada sesión. Esto quizá tenga que ver con que es el cine, el que  se pone cómo loco si se le obliga a trabajar  en condiciones difíciles y limitadas de tiempo y espacio. Pero esto es Cine sin Autor y aceptamos el desafío, porque el cine especializado jamás trabajaría en esas condiciones. Sencillamente porque no puede ni está hecho para ello. Quizá el cine documental observacional, al estilo de la magnifica película de Nicolas Philibert, Ser y Tener, retrato magnífico de una escuela en la francia rural, sería el acercamiento más digno que puede hacer un cineasta. Pero si lo que queremos no es que un director mantenga la autoridad y propiedad de las decisiones, sino llegar a aproximarnos al menos, al imaginario de esa película que pueden llegar a desarrollar los y las niñas en reducidísimos lapsos de tiempo semanal y en un espacio escénico limitado, entonces no estamos hablando de un elegante y controlado dispositivo de cámara y rodaje. La sinrazón de nuestra locura es aventurarnos a un viaje por el imaginario de casi treinta niños para que puedan representar algo del mundo que ven y que oyen y aguantar el cortocircuito de nuestras técnicas  certezas, gustos y  procedimientos.  
¿Cómo se filma la “locura en un colegio” en estas condiciones?
Esa es la pregunta que nos queda como desafío para dos meses de trabajo que nos queda. Ya tenemos pistas para luego de vacaciones. Y a veces, hay que ser cinematográficamente honestos porque la producción de un film no se acaba en sus rodajes y sus montajes. Cuando nos referimos a esa magnífica película de Nicolás Philibert, hay que decir que luego de su apabullante éxito en las salas francesas, el maestro que sale en ella, Georges Lopez, luego de una estrecha amistad con el cineasta, le interpuso a la productora un juicio por derechos de imagen y todo se convirtió en un traumático proceso judicial y espesas relaciones. Algunos padres de alumnos también entraron en el pleito y la cosa acabó con la pérdida del juicio por parte del maestro y la creación de una asociación que pudiera ayudarle con sus deudas. Es decir, a un film controlado, estético, profundo e impecable, socialmente le devino una locura judicial que degeneró en un conflicto profundo entre el cineasta y los protagonistas. 
¿Por qué? Debe ser complejo. Pero quizá porque no había pacto inicial tan claro  de que la película la debían imaginar, protagonizar y gestionar, todas las partes implicadas y no solo el cineasta, su equipo y su productora. Quién sabe. Pero el cine siempre trata de procesos de las vidas de personas que las hacen y las gestionan. 
Nosotros preferimos seguir adentrándonos en este viaje hacia la imaginación de nuestros niños y niñas con cautela y dudas para conseguir el objetivo de filmar, en algún mágico momento, la locura en el colegio que aún nos queda por descubrir. El Cine sin Autor es justo esa sinrazón de que el cine debe ser producido y gestionado por la mayor parte posible de la gente que participa. Tarea  cinematográficamente complicada a veces, humanamente plena... casi siempre.

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